El confinamiento que vivimos debido a la covid-19 ha tenido efectos en nuestro comportamiento. También ha afectado a las emociones, la percepción del riesgo y la seguridad sanitaria. Sin embargo, no ha modificado nuestro deseo de viajar, una necesidad que ha sido reprimida por más tiempo del deseado.
Se prevé que el cambio climático será más perturbador que la reciente pandemia, así como en gran medida irreversible. Por eso, existen dudas y reflexiones sobre las preocupaciones de las personas por la crisis climática y futuros eventos causados por el clima, especialmente después de la pandemia.
Conocer esto es importante porque existe una relación directa entre la mayor preocupación por algo que va a suceder y el deseo o necesidad de actuar hoy para evitar ese futuro no deseado.
Al respecto, un estudio concluyó que después de la pandemia los viajeros se muestran más preocupados por los problemas ambientales. Por ese motivo, ahora hay más turistas que prefieren alojarse en casas rurales, en hoteles con certificaciones ambientales, que hacen más consumo local y están más dispuestos a pagar ecotasas para compensar su huella de carbono.
Este comportamiento se explica por la teoría del afecto generalizado, que proviene de la psicología social, y argumenta que las preocupaciones ante un peligro, crisis o riesgo de cualquier tipo pueden provocar un derrame, haciendo a las personas más preocupadas a nivel general. Si estamos más preocupados por las cosas de nuestra vida privada, el trabajo y los viajes, nuestro comportamiento es más responsable y precavido para evitar problemas.
Menos preocupación por la degradación climática.Pero otro estudio más reciente explica que en realidad la preocupación de los viajeros por los impactos del cambio climático o la degradación ambiental ha disminuido después de la pandemia. Los autores afirman que después de la covid-19 existe un mayor deseo de viajar, y la mayoría de los peligros climáticos importan menos cuando estamos eligiendo dónde ir de vacaciones.
Este mismo estudio aclara que hay dos amenazas que sí preocupan más a los viajeros ahora que antes de la pandemia: los incendios forestales y los posibles brotes de enfermedades infecciosas. O sea, que los viajeros están más dispuestos a cancelar sus vacaciones si sus destinos preferidos están amenazados por estos dos riesgos.
Esta discriminación en las preocupaciones se debe probablemente a que ambos riesgos son percibidos como igual de disruptivos y peligrosos para la salud que la anterior pandemia.
Este estudio concluye que después de la covid-19 los viajeros son más sensibles a solo una fracción dentro del universo de riesgos e impactos climáticos que podrían afectar a sus experiencias vacacionales (olas de calor, sequía, reducción de la biodiversidad marina y terrestre, reducción de área de playa…)
A esto se le conoce como «finite pool of worry» o piscina finita de preocupaciones. Esta teoría socio-psicológica afirma que los humanos tienen recursos cognitivos y emocionales limitados. Por tanto, preocuparse más por una amenaza puede agotar estos recursos y hacer que uno se preocupe proporcionalmente menos por otras.
Existe, por tanto, una diferencia entre ambos hallazgos. Esto sugiere la necesidad de seguir investigando. La mayoría de los estudios se basan en experimentos con información declarada. Existe la posibilidad de que no se ajusten a situaciones reales, las que podrán observarse a medida que los efectos del cambio climático se materialicen plenamente a lo largo del tiempo.
La capacidad adaptativa de los viajeros.
De todo el sistema turístico, los viajeros tienen la mayor capacidadad adaptativa debido a su flexibilidad para sustituir destinos, fechas y tipo de vacaciones ante eventos o situaciones no deseadas.
Esta es una de las razones por las que se prevé que destinos populares para veranear pierdan atractivo en temporada alta. Por ejemplo, la mayor frecuencia e intensidad de olas de calor pueden convertirlos en «lugares demasiado calurosos para ser visitados en verano». Esto podría provocar cambios en la estacionalidad turística de estos destinos (meses de mayor afluencia de visitantes).
Entonces, el hecho de que ahora los viajeros se preocupen menos por los impactos del clima podría traer consecuencias. Por ejemplo, pueden haber destinos turísticos que comiencen a considerar que no van a perder su atractivo ante el aumento de las olas de calor y no necesitan hacer nada al respecto.
Sin embargo, existe un sinfín de complejas relaciones que van más allá. Veranos más calientes no solo impactan en el confort térmico de los visitantes. También tienen consecuencias para la salud y el sistema sanitario, afectan a la calidad del empleo -no solo turístico- e incrementan el consumo energético (luz y agua), dando lugar a tensiones energéticas. Todo ello, sin contar que también impacta en la fauna y biodiversidad terrestre y marina y en las precipitaciones. En definitiva, una cadena de impactos que afectan al atractivo turístico del destino, la calidad del servicio y, por consiguiente, a la satisfacción del propio turista, por mencionar algunos ejemplos.
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