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Estos días del mes de septiembre se produce la vuelta al cole. Con mayor o menor entusiasmo, muchos niños y niñas regresan a las aulas y otros se incorporan por primera vez a las mismas. Son días de mucho ajetreo en los hogares, de ruptura con los mucho más flexibles horarios del verano. Y, asimismo, de significativos gastos. Tanto los libros de texto (¿son tan imprescindibles?) como el resto del material escolar suponen un enorme esfuerzo económico para muchas familias. La educación es gratuita, pero un poco menos.

Esta semana volveremos a ver por las calles a los chicos y las chicas con mochilas cuyo peso excede notablemente al que deberían soportar sus espaldas. He cogido alguna vez estas mochilas y confirmado que se trata de un auténtico disparate, de un verdadero atentado contra la salud de los menores. No me parece un tema sin importancia y tengo la impresión de que no se ha tomado suficientemente en serio por los responsables educativos y sanitarios.

El regreso a las aulas sucede en todos los niveles educativos, obligatorios o no. Y el gasto, también. Pasa con la Educación Infantil 0-3 años, no obligatoria, en la que Canarias cuenta con una escasa oferta pública. Muchas familias no pueden permitirse el lujo de abonar los costes de una escuela infantil privada. Pese al esfuerzo de algunas corporaciones municipales, constituye uno de los déficits que hay que superar, por lo que supone de equidad, de igualdad de oportunidades, ampliando la oferta pública.

Veremos qué tratamiento recibe la educación 0-3 en las cuentas públicas canarias para el próximo año. Y en las estatales, donde parece que su ampliación forma parte del acuerdo entre PSOE y Unidos Podemos para los Presupuestos Generales del Estado para 2019.

Universidad. Lo del elevado gasto afecta, asimismo, a los universitarios que tienen que realizar sus carreras fuera del Archipiélago, por no ofertarse estas en nuestras universidades; y que, aunque ahora pagan menos por sus desplazamientos aéreos a las comunidades autónomas en que se encuentran sus centros superiores, están sufriendo por otro lado la disparatada elevación del precio de los alquileres en numerosas ciudades españolas, agravada por la expansión del alquiler vacacional. Lo que aleja aún más la cuantía de sus becas de los gastos reales que tienen que efectuar durante el curso.

Esto es así, aunque en Canarias y en España haya una política de becas interesante pero insuficiente, que considero que hay que seguir potenciando. Para que nadie con capacidad y ganas deje de culminar sus aspiraciones académicas por problemas económicos familiares o personales. Y sin reproducir modelos de otros países que dejan estudiantes endeudados por décadas.

Un gasto económico que se observa, de forma mucho más evidente, entre los que cursan un máster que puede superar los cuatro o cinco mil euros por año. Y que se convierten en un elemento discriminatorio, en una barrera social, en una criba: toda la gente con posibilidades económicas pueda acceder a realizarlos y se convertirán en un plus a la hora de alcanzar un puesto de trabajo. El resto, los no pudientes, ha de conformarse con su grado. Aunque es cierto, también que algunas familias de ingresos medio bajos llevan a cabo un sobreesfuerzo para que sus hijos e hijas cumplan sus sueños formativos.

Regalía.Y ello sin olvidar la lamentable realidad de aquellos que por su posición social, por sus afinidades políticas, por amiguismo, consiguen alcanzar semejante reconocimiento académico sin pasar por las aulas ni realizar esfuerzo alguno: una regalía que es un insulto a tanta gente que se esfuerza, en lo económico y en el trabajo de estudio e investigación; y, al tiempo, un enorme desprestigio para alguna universidad española, convertida en una expendedora de máster que han quedado completamente devaluados.

Sé lo que me costó el máster que cursé a finales de los años noventa. No solo en los precios de las tasas, sino en tiempo, en lecturas, en horas de dedicación al trabajo final del mismo. No me arrepiento. Aprendí mucho. Y me parece una tomadura de pelo el que algunos alardeen de que se sacaron sus respectivos másteres por la cara, cuando ninguno de los alumnos y alumnas recuerda haberles visto por las aulas -que ni siquiera son capaces de decir en qué campus se encontraban- nunca. Para qué, dirán, el título estaba concedido ya desde el momento del pago de la matrícula. Y me da igual que sean solteros, casados, Pepa, Luci, Bom u otras chicas del montón.

Circunstancias que, además, sirven para mostrar la laxitud moral de nuestra sociedad, o al menos de una parte significativa de ella, justificando a pícaros, aprovechados y sinvergüenzas. Lo que en otros países sería castigado inmediatamente con la pérdida del cargo público o con el más completo ostracismo político, aquí no parece tener la menor relevancia, como hemos visto en casos muy recientes. Más bien todo lo contrario. Como bien decía Enrique Santos Discépolo en su Cambalache: ¡Hoy resulta que es lo mismo/ser derecho que traidor/¡Ignorante, sabio o chorro,/generoso o estafador!

Docentes.Pero volvamos a la escuela. No solo regresan o se incorporan por primera vez los alumnos y alumnas. También es el tiempo de los docentes, de maestros y maestras, profesores y profesoras. Profesionales que tienen una enorme responsabilidad. Y que no siempre cuentan con el reconocimiento social que merecen. Especialmente en un país que es capaz de adorar a personajes televisivos deslenguados que debaten (es un decir) a grito pelado soltando las mayores barbaridades y que cobran miles de euros por ello en auténticos programas-basura.

La educación no ha sido la prioridad de los gobiernos en la etapa más reciente. Ni en Canarias ni en España. Y nuestros resultados se sitúan por debajo de los de numerosos estados europeos. Con altas tasas de abandono temprano y de fracaso escolar. Urge revertir la situación. Ampliando la inversión educativa, en nuestro caso cumpliendo lo que estipula en su articulado la Ley Canaria de Educación. Recuperando el número de enseñantes que los recortes redujo de manera significativa. Disminuyendo las ratios. Incrementando la oferta en infantil 0-3 y en la Formación Profesional. Superando nuestro retraso en idiomas. Y, no estaría nada mal, avanzando para que esta sociedad sea capaz de reconocer el trascendental papel de los docentes.

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