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El desembarco del carnaval en la zona portuaria y en La Isleta, por las obras de la MetroGuagua en el entorno del parque de Santa Catalina, ha vuelto a poner de manifiesto uno de los grandes problemas que arrastra desde hace años la capital grancanaria, junto con la basura que campa a sus anchas por las calles: su planificación urbanística.
Viene de viejo. Pero cada vez se ha agudizado más, porque durante las últimas décadas se ha primado la construcción salvaje frente a la creación de espacios libres para el disfrute de la ciudadanía. Y solucionar la ausencia de un enclave para la realización de festivales, grandes conciertos y una fiesta multitudinaria como es el carnaval sin que interfiera con el descanso de la población, no ha sido una prioridad. Se consideró más importante enriquecer a los constructores e inundar la ciudad de carriles bicis por los que solo pasea el viento de los alisios.
Algunos vecinos ya han dicho en las páginas de Local de este periódico que tienen la intención de acudir a los tribunales para frenar la instalación de los chiringuitos bajo sus ventanas. Si los de Vegueta y Santa Catalina lo lograron en su día, lo normal es que el juez al que le caiga el entuerto lo considere de la misma categoría y les dé la razón (que la tienen).
Más allá de lo que suceda con los carnavales, el problema está ahí y va para largo. Es una carencia terrible, más aún cuando se aspira a ser capital europea de la cultura en 2031. Eso sí, al técnico que dominó a su antojo el urbanismo de la ciudad durante las últimas décadas, la anterior corporación, con Augusto Hidalgo como alcalde, lo nombró Hijo Adoptivo. Ver para creer.
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