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El clima está raro. Le sobra basura y le falta tiempo. Todo está en el aire. Desde este lunes vuelven a hablar del asunto en reuniones internacionales a las que no acuden los líderes de los países más contaminantes, y por eso no se puede esperar. Los ausentes son la principal razón para tomarse en serio este momento; nadie vendrá de lejos a arreglar los daños. No hay otra galaxia a la que mudarse, no hay otros mundos posibles. Se trata de hacerlo aquí y ahora. Frente a la distracción de la política, pendiente de fotos y magreos, y frente a la avaricia de la economía, sólo interesada en engordar engañosos beneficios, sólo queda un camino. Aquí y ahora.

La gran discusión sobre el clima se mantiene en torno al reparto de los bonos del carbono. Hace 20 veinte años, el Protocolo de Kyoto activó el mecanismo para reducir la emisión de gases contaminantes. Se le aplicó al daño medioambiental un valor comercial; el derecho a emitir CO2 (dióxido de carbono) se convirtió en un bien canjeable, con un precio establecido, de forma que puede comprarse en el mercado. Los países ricos venden esos derechos a los más pobres, y así se explica en parte el traslado de industrias contaminantes a tierras lejanas. Para seguir haciendo lo mismo. Esa huida hacia delante no sirvió de nada; en los tres últimos años se registraron sucesivamente los mayores niveles conocidos de los llamados gases de efecto invernadero. La ciencia puede explicar esto, pero ya no puede arreglarlo.

En Canarias todavía no existe una fecha para acabar con la producción contaminante de energía, que es la mayor industria de las islas. Tampoco hay fecha para la puesta en marcha de las grandes alternativas sostenibles. No hay peor castigo que la ignorancia, ni mayor peligro que arrancar un árbol.

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