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Directo Pimienta analiza el partido de este sábado ante el Barça

En silencio

Del director ·

Todo esto entra en el capítulo de las suposiciones

Lunes, 26 de julio 2021, 06:59

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Uno intuye que entre las obligaciones de un delegado del Gobierno está sufrir en silencio. Me refiero a las decisiones que difícilmente recibirán el aplauso popular, y no a ciertas dolencias.

En la entrevista publicada ayer domingo por este periódico, Anselmo Pestana se obliga a ver la botella medio llena en el asunto migratorio. Le tocó gestionar en un erial de recursos de acogida y le tocó también ver cómo la pluralidad de ministerios implicados no era corregida por la unidad de criterio, sino más bien lo contrario:durante meses hubo quien se puso de perfil (Defensa), quien tardó en reaccionar (Asuntos Exteriores) y quienes hablaban idiomas diferentes (Migraciones e Interior). Y como nadie venía a dar la cara, pues todo el mundo miró hacia la Delegación del Gobierno.

Cuando digo todo el mundo, digo también el que escribe, que sumó sus líneas a las de otros a la hora de pedir el relevo del delegado. Un cambio que, como es evidente, no se produjo y es innegable que pasado un tiempo, la tormenta amainó. Pero no es menos cierto que aquella soledad, aquella sobreexposición de una Delegación a la que pedíamos soluciones y, sobre todo, respuestas, fue fruto también en gran medida de la comodidad en que se instalaron los compañeros de partido del delegado. De eso tampoco habla Pestana, y eso intuyo que también lo sufrió en silencio.

Era evidente que cada día que pasaba sin acudir un ministro al muelle de Arguineguín en los meses más complejos de aquella crisis, era una afrenta al sentido común. Pero otro tanto cabe decir de quienes, teniendo responsabilidad como cargos electos o como cargos orgánicos del partido gobernante -aquí y en Madrid- se instalaron en la comodidad y tampoco hicieron acto de presencia. Se notó demasiado el miedo a incomodar en Ferraz y en Moncloa, como si el PSOE y su presencia en el Gobierno no dependiera de los votos, y estos a su vez de la capacidad de los electores para ver que los elegidos estaban en el momento preciso, mojándose cuando era preciso, anteponiendo la defensa de su tierra a la consigna del partido. Es más: creo que nunca hubo una orden de silencio a parlamentarios y cargos orgánicos; lo que hubo fue comodidad y, sobre todo, la convicción de que en las siguientes listas estarían los dóciles y no los que tuvieran orgullo propio.

Pero, insisto, todo lo anterior entra en el capítulo de las suposiciones. El delegado calla y lo lleva en silencio. Resignado silencio.

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