Sentir envidia
«Nuestra famosa transición fue un simple cambio de chaqueta: de repente todos eran demócratas. Y de aquellos polvos, estos lodos».
Luisa del Rosario y Las Palmas de Gran Canaria
Lunes, 4 de diciembre 2017, 12:43
La justicia argentina ha dado a todas las víctimas y supervivientes de la terrible dictadura militar que padeció el país un poco de alegría entre tanta desolación. También a los familiares, que, por fin, ven reparada tanta ignominia, aunque sus seres queridos ya no estén aquí para saberlo.
Este es uno de esos momentos en los que podría venir al caso aquello de la «sana envidia». Envidia de que todos aquellos que lucharon para llevar ante la justicia a los genocidas lo tuvieran difícil, pero no imposible. De que aparecieron jueces decentes y políticos con conciencia que no quisieron hacer borrón y cuenta nueva. De que se dieron cuenta de que no se podía construir una sociedad sobre la mentira y el olvido.
«Sana envidia» porque la ciudadanía también creyó en esa necesidad de perdonar a quien lo mereciera, pero castigar a quienes ayudaron a los genocidas, participaron en las torturas y a quienes asesinaron a miles de compatriotas.
En España, en cambio, el dictador pasa el infierno en un mastodóntico mausoleo. Nuestra famosa «transición» fue un simple cambio de chaqueta: de repente todos eran demócratas. Y de aquellos polvos, estos lodos. Ahí tenemos a un Partido Popular que se niega a sacar de las cunetas a los miles de españoles que fueron ejecutados. «Hay que olvidar a los muertos», dicen. Y ahí tenemos a un presidente, Mariano Rajoy, que se jacta de no poner «ni un euro» para hacer cumplir la Ley de Memoria Histórica y que prefiere llamar a la calle Rosalía de Castro por su antiguo nombre, el del almirante franquista Salvador Moreno. No, no es sana envidia, es envidia a secas lo que debemos tener de Argentina.