Invita Rigoberta Bandini en su Ay mamá a que «paremos la ciudad sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix». Pero parece que no hace falta ni quitarte el sujetador y enseñar las tetas para que los señoros se ofendan. Basta con decir o escribir una sola palabra: feminismo, y les entra el mal de San Vito.
Si les diera por lloriquear quizás lo sufrirían en soledad y el resto podría seguir viviendo sin escuchar el gimoteo. Pero no, les da por convulsionar y insultar a diestro y siniestro en el espacio público.
Por suerte son muy pocos, pero lo suficientemente ruidosos como para ser molestos. Y quizás de eso tenemos la culpa la mayoría, que opta por callar y mirar a otro lado.
Esta es una de las razones por las que no basta con tomar las calles solo el 8 de marzo reivindicando la igualad efectiva entre mujeres y hombres. Quienes defendemos este básico derecho humano tenemos que hacerle cara a estos señoros cada día y en todas partes.
Es cierto que tenemos muchos frentes abiertos y un montón de cargas, desde la brecha salarial a los cuidados, las violencias machistas, la trata con fines de explotación sexual, la mutilación genital femenina, la discriminación de las mujeres racializadas, los problemas de las migrantes... Y no llegamos a todo.
Pero es que ni en un momento tan crucial para la humanidad en los últimos años como lograr las vacunas contra la covid-19 se acordaron de que tenían que mirar con lupa si los efectos eran los mismos en las mujeres y en los hombres.
Quizás sea por el silencio, por no insistir e insistir en que estamos aquí, que queremos estar y queremos hablar y que nuestra opinión se tenga en cuenta.
Hay que plantarle cara a los señoros cuyo único argumento, por cierto, es la traslación del infantil estribillo del 'caca , culo , pedo, pis' por el 'fea, gorda, vieja'. Y no hace falta mucho, solo que sepan que les hemos escuchado, pero que no nos importa lo mas mínimo.
