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Sánchez, acorralado

«La política de comunicación en La Moncloa está fallando. Y no es la primera vez»

Jueves, 1 de enero 1970

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El repertorio de encuestas indica que el PP se está aproximando cada vez más al PSOE. Es decir, la posibilidad (más o menos lejana) de un triunfo del PP no puede descartarse del todo porque aún hay tiempo de aquí al 10N y la tendencia a favor de los populares es un hecho desde los sondeos que aparecieron en septiembre tras la constatación de que expiraba el plazo previsto constitucionalmente de dos meses para una nueva sesión de investidura y el país se vio abocado a una repetición de las elecciones. En Ferraz reina la preocupación mientras en el cuartel general de Génova las expectativas crecen.

¿Cuántos escaños debería subir el PSOE para justificar el 10N? Esta es la regla esencial porque, a fin de cuentas, si Pedro Sánchez renegó de un pacto de izquierdas en verano fue en aras de cosechar un aumento considerable que actualmente nadie le asegura. Esta fue su meta: subir diputados para así depender de menos socios parlamentarios y obligar a una abstención de los demás, y, sin embargo, el panorama se le ha complicado.

Está acorralado desde que la crisis catalana se ha desatado esta semana. No puede hacer nada en términos electorales. Otra cosa es el plano institucional que como presidente del Gobierno en funciones le obliga a reaccionar. El problema, el gran problema, que tiene Sánchez es que está en una situación en la que haga lo que haga le va a costar votos. Además, sabe que al día siguiente del 10N va a necesitar de ERC y PNV, por no citar a JxCat o Bildu. Vamos, precisamente los que hicieron posible que triunfase su moción de censura. Por eso se mantiene impasible y el ministro del Interior se está quemando políticamente por cada jornada que pasa ante la opinión pública. Lo que ocurre es que hasta el 10N todavía hay varias semanas por delante y Fernando Grande-Marlaska no puede suplantar a diario a Sánchez mientras las barricadas se extienden por Barcelona.

La política de comunicación en La Moncloa está fallando. Y no es la primera vez. Basta con retrotraernos a 2004, justo al intervalo entre los atentados de Atocha del 11M y el domingo electoral con José María Aznar insistiendo en que había sido ETA y llamando a los directores de los periódicos para certificar una falacia que al PP le costaría los comicios generales. En cierto modo, se está volviendo a respirar ese aroma político y preelectoral de que el país atraviesa un momento crucial que, apurando mucho, en cualquier instante podría dar un vuelco en las urnas.

Los disturbios y las manifestaciones pacíficas de los independentistas ponen sobre el tapete la innegable crisis política que coincide con su error de no haber querido conformar Gobierno en verano. Para más inri, el diagnóstico demoscópico último arroja que el PSOE pierde escaños.

No conseguirá redoblar los diputados tal como pretendió al rechazar la alianza de izquierdas al tiempo que tampoco quiso retratarse junto a Ciudadanos. Si se queda igual o directamente baja (directriz que desprende por lo general las encuestas) la derrota moral de Sánchez será evidente, tendrá repercusiones institucionales y puede implicar una crisis interna en el PSOE a medio plazo. Son días cruciales.

Rafael Álvarez Gil

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