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Albert Rivera, muy seguro de sí mismo, se presentó semidesnudo en un cartel electoral en la campaña de los comicios catalanes del año 2006. Pretendía con ello demostrar su voluntad de transparencia, la confirmación de un candidato y de un partido, Ciudadanos, entonces emergente y que no había aun dado el salto a la política estatal, sin complejos. Han pasado casi doce años y la historia puede repetirse, aunque con algunos cambios sustanciales.
Si aquella fue una decisión voluntaria, un elemento de marketing electoral más o menos exitoso, ahora se podría encontrar ante un escenario similar: Albert Rivera puede quedar completamente desvestido por las contradicciones entre su discurso presuntamente regenerador y su práctica mucho más tolerante con la corrupción y trufada de oportunismo, de nada disimulado populismo y de cálculos puramente electoralistas.
El mismo oportunismo que mostraron Rivera y Arrimadas en sus críticas previas al 8 de Marzo y su intento, tras el éxito de la convocatoria del Día Internacional de la Mujer, de tratar de apuntarse la masiva movilización que se produjo. O el de su nacionalismo de bandera, charanga y pandereta que lució, esta vez con desnudo casi integral, en un reciente acto en la capital de España.
Lo hemos visto en Madrid, donde pensando más en sus intereses electorales, el líder de Ciudadanos prefirió el continuismo del PP al frente de la Comunidad, tras el escándalo Cifuentes, antes que permitir que llegara a la Presidencia un tipo honesto, prudente, sensato, aunque con poco carisma, como el ex ministro de Educación Ángel Gabilondo. Entre los intereses de los ciudadanos y ciudadanas madrileñas (aunque él solo vea españoles por doquier) y los de su formación política, Albert prefirió privilegiar estos últimos.
Ahora, tras la presentación por el PSOE de una moción de censura tras la demoledora sentencia del caso Gurtel, que debilita enormemente al PP y a Mariano Rajoy, Ciudadanos se puede ver enfrentado a otra situación que puede desvelar sus verdaderas intenciones, sus auténticos compromisos. Mostrando si quiere realmente cambiar una situación irrespirable o si su única obsesión es llegar al poder sea como sea, manteniendo al PP en el Gobierno hasta el último minuto, esperando su total descomposición, en perjuicio del Estado pero en beneficio de los réditos electorales propios. Ya el secretario general de los naranjas, José Manuel Villegas, metió la pata desde el minuto uno solicitando a Rajoy que convocara urgentemente elecciones, cuando esto no se puede plantear cuando hay una moción de censura en marcha.
podemos o no. Cierto es que no basta con el apoyo de Ciudadanos a Pedro Sánchez para sustituir a Rajoy en La Moncloa. No dan los números. Esa fórmula, que ya fracasó, precisa de que Podemos y sus confluencias voten en sentido distinto al que lo hicieron cuando el dirigente socialista se sometió, en dos ocasiones, a la moción de investidura. Su rechazo sonó rotundo entonces en el Congreso de los Diputados, al unísono con los noes procedentes de los escaños del PP.
En este caso, lo tienen difícil los morados para volver a dejar tirado a Sánchez.
No me imagino a Pablo Iglesias volviendo a convocar aquel acto, entre espectáculo televisivo y torpedo a la línea de flotación del partido socialista, de irrespetuoso ninguneo del posible titular del Ejecutivo, en el que presentó a la mitad del Gobierno, a sus ministros y ministras. Contribuyendo a solidificar un fracaso en el que también tienen grandes responsabilidades los barones del PSOE.
Tengo la impresión de que hoy Iglesias no está en condiciones de pedir ministros ni acuerdo de Gobierno con el PSOE. Que se trata de una situación excepcional que requiere de medidas excepcionales, como es la de instaurar un Ejecutivo con duración limitada, como máximo hasta 2020, que ponga fin al Gobierno de un partido, el más votado en las últimas citas con las urnas, no lo olvidemos, que precisa de una profunda limpieza y regeneración interna.
Los que con su voto negativo impidieron que Sánchez fuera presidente ayer, lo tienen un poco más complicado hoy. Y si vuelven a las andadas, establecen líneas rojas o ponen condiciones que saben imposibles de cumplir, Rajoy se habrá garantizado finalizar la legislatura. Y los costos electorales para el conjunto de las izquierdas serán muy cuantiosos y prolongados en el tiempo.
No comparto, por cierto, algunos análisis sobre qué apoyos podría o debería tener la moción de censura. No creo que el mejor panorama para Pedro Sánchez sea llegar a La Moncloa con ERC y PDCAT como sorprendentes compañeros de viajes, aunque estos estuvieran dispuestos a darle un sí crítico. Con formaciones que, legítimamente, no comparten modelo alguno, autonómico ni federal, del Estado. Además, sería muy contradictorio con el claro apoyo del PSOE y de Sánchez a la aplicación del artículo 155 en Cataluña, asunto en el que han hecho piña con el presidente Rajoy, con mayor lealtad y prudencia que el desbocado y deslenguado Rivera.
La sentencia del caso Gurtel deja al PP noqueado y contra las cuerdas, por mucho que algunos de sus dirigentes quieran señalar que es un asunto pasado. Y supone una oportunidad única para un Pedro Sánchez que ha ido languideciendo desde su resurrección política, su regreso a la Secretaría General derrotando ampliamente a Susana Díaz, de hace apenas un año. Mucho habrá de mejorar en liderazgo, interno y externo, si quiere afrontar los retos que se le presentan en el período próximo. Su partido ha frenado su inicial crecimiento en los sondeos e incluso en algunos queda ya como tercera fuerza. Su impulso personal también se ha quebrado.
oportunidad. La oportunidad que el destino le ha otorgado a Sánchez constituye, sin duda, un regalo envenenado para Ciudadanos y para Albert Rivera. En consecuencia con su discurso debiera apoyar su investidura. Pero sus prisas por llegar al poder pueden llevarlo a preferir el mantenimiento de un PP debilitado y desnortado, incapaz de reaccionar ante al alud de muy graves sentencias. Y hacerlo por puro egoísmo e intereses electorales partidistas, aunque ello dañe la política y la economía de esa España, España, España que dice representar.
Si, al final, esa es la decisión que toman Ciudadanos y Rivera, no habrá suficiente bandera para tapar su integral desnudo que, lejos del erotismo, traspasará las líneas de la más pura y ordinaria pornografía.
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