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Ramírez y la trastienda de la Unión Deportiva

Ramírez y la trastienda de la Unión Deportiva

Jueves, 1 de enero 1970

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Cuando este país surfeaba sobre la bonanza económica de la burbuja inmobiliaria y el crédito fácil, en las islas estaba de moda Seguridad Integral Canaria. La empresa de Miguel Ángel Ramírez y su súbito apogeo profesional, era motivo recurrente de elogio o envidias (según se mire) en las cafeterías y en los reservados de los restaurantes más distinguidos de Las Palmas de Gran Canaria donde se hacen los negocios y se decide el azar político. Ramírez lo fue todo y hasta hace relativamente poco, y bien entrada la crisis, era intocable mediáticamente.

Seguridad Integral Canaria pronto fue basculando en el tráfico empresarial a son de La Unión Deportiva Las Palmas donde Ramírez, al ostentar la Presidencia, pudo granjearse amistades y simpatías en el palco del recinto de Siete Palmas. Eran los tiempos de vino y rosas que incluso le permitieron evadir el comienzo de la Gran Recesión de 2008 en cuanto que la Administración no comenzó a perpetrar recortes y variar las condiciones de los contratos de servicios públicos hasta 2010 cuando ya la austeridad recetada por Bruselas incorporó al ámbito administrativo, con un par de cursos de retraso, la evidencia de que estaban viniendo mal dadas en la calle.

Ramírez y Héctor de Armas eran uno. Forjaron una relación, más allá de lo cotidiano de la empresa, en la que el tándem se consagró. Un vínculo que pasaba por los menesteres habituales del trabajo, los contactos políticos y la confianza mutua. Con solo mirarse un instante, sabían lo que el otro pensaba mientras el resto de comensales apuraban el postre justo antes de bendecir el acuerdo de turno.

Hace un tiempo Héctor de Armas, afectado por una grave enfermedad, compareció en el Juzgado número 8 de la ciudad según publicó a mediados de noviembre el diario digital El Confidencial. Este, en un gesto de honestidad última que aflora cuando el ocaso de la vida llama a la puerta, fue destilando ante la autoridad judicial el supuesto obrar fraudulento por el que Ramírez habría estafado al erario público. Es decir, a todos; a la sociedad. Una trama de dietas ficticias que se pagaban a los trabajadores para así evitar la tutela debida de la Agencia Tributaria y la Seguridad Social que rige en el Estado de Derecho. Es más, esta forma de operar y sortear al fisco alcanzaría, según Héctor de Armas, a los jugadores del conjunto amarillo. Lo que afianzaría la teoría de que Ramírez a la mínima ocasión hace caja con la cantera y malvende para salir del trance empresarial en el que se encuentra inmerso. Una tónica deportiva, de mal dadas acumuladas, que se ha constatado (otra vez) en las últimas semanas en las que se suman las jornadas sin ganar del equipo amarillo desde la marcha del mediapunta Jonathan Viera al fútbol chino; su estancia de unos meses dibujó un espejismo en la clasificación a cuenta de un posible ascenso que ahora se evapora y deja en evidencia al entrenador Pepe Mel (que nunca ha llegado a consolidarse) más allá de las responsabilidades del cuadro técnico que programa cada temporada.

El duelo judicial a cara de perro protagonizado entre Ramírez y Héctor de Armas, sembrado de acusaciones recíprocas, es uno de los episodios más comprometidos de la actualidad económica de Gran Canaria, pura y dura comidilla que formará parte del entramado empresarial de la isla cuando proceda valorar este periodo histórico. Mientras las trabajadoras de la limpieza de Ralons Servicios han estado sin cobrar puntualmente sus nóminas y acarrean serios retrasos para rotura personal y de sus familias, Héctor de Armas en declaración judicial asestó una nueva (o última) estocada a Ramírez. Y, por su lado, lo que desea la sociedad grancanaria es que Ramírez cumpla como se presume de un empresario que a la par preside el conjunto amarillo. Con rectitud y bien rodeado de profesionales, podría llevarlo a cabo (si aún no es tarde) y entonces sería recompensado por la ciudadanía. No hay nada personal ni fiscales con afán de persecución. Cada uno cumple con su deber. Lo que ocurre, y con razón, es que el hastío invade hace mucho a la afición.

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