Los pecados de la iglesia
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Soy creyente y soy católico, pero hace tiempo que la oficialidad de la iglesia no me representa. La creencia en Dios o en Jesús es libre y no es necesario pertenecer a un club, como algunos llaman de forma despectiva a la iglesia, o de seguir sus normas, para profesar la fe que uno tenga. Dicho esto, esta desconexión tampoco impide que sienta vergüenza e indignación ante posturas que la iglesia dice mantener en nombre de Dios, como las que pronunció el obispo de la diócesis nivariense sobre la homosexualidad. Le atribuyó el carácter de pecado mortal, tratando de demonizar algo tan natural como la libre orientación sexual de cada cual.
El caso es que me pregunto con qué autoridad moral, a estas alturas, la iglesia como institución se arroga la atribución de señalar qué está bien y qué está mal. Sin ir más lejos, le ha hecho muy poco caso al que debe de ser uno de los códigos de comportamiento más sencillitos de la historia, sus diez mandamientos.
Los ha incumplido todos, o casi todos, a lo largo de su larga trayectoria. No matarás, y ha matado y ha mandado matar. No cometerás actos impuros, y los ha cometido, como cuando ha mirado para otro lado ante casos de pederastia. No darás falso testimonio ni mentirás, y lo ha hecho más de una vez. No codiciarás los bienes ajenos, y ya vemos el último ejemplo, con las inmatriculaciones masivas en España. O no tomarás el nombre del señor tu Dios en vano; justo lo contrario de lo que hizo cuando lo usó como excusa y como bandera en tantas guerras, entre ellas, la civil española. Vamos, que no están para dar lecciones. Por fortuna, la iglesia no es un monolito uniforme y una inmensa mayoría de sus miembros trabajan por el bien de su comunidad.
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