Orgulloso de mi ciudad
A pesar de sus proyectos faraónicos sin terminar cuyos esqueletos suponen hoy la vergüenza de la ciudad, de los sonados casos de corrupción o de su escasa vida nocturna por la fina piel de algunos de sus habitantes -y eso que hace unos años era el epicentro fiestero del sureste-, siempre me he sentido muy arraigado a Telde. Es el sentimiento común, imagino, en la casa de uno. Pero hasta hace unos meses que empecé a cubrir su actualidad, no había sido consciente de la verdadera esencia del municipio en el que vivo desde que tengo memoria. Y lo que he descubierto, sobre todo durante el estado de alarma del que por fin nos despedimos (que no del virus, cuidado), ha hecho que me sienta aún más orgulloso de ser de aquí.
Si los momentos de crisis sacan lo mejor y peor de cada uno, mis vecinos han demostrado que valen más de lo que aparentan. Uno de mis últimos reportajes habla del movimiento que un chico de La Herradura ha instaurado limpiando playas y barrancos con sus propios medios. También me ha tocado escribir sobre el redoble del esfuerzo de las ONG que reparten comida por culpa de la miseria que ha provocado la pandemia, de empresas que han transformado su actividad y en vez de refugiarse en el ERTE se dedican a elaborar mascarillas de manera altruista, o sobre la resistencia de familias que se han quedado sin ingresos y luchan, juntas, por lo que por derecho les pertenece.
Pero la guinda ha sido el trabajo municipal que se ha hecho con los sintechos (independientemente de su procedencia) en el pabellón de Jinámar. Fue un recurso que se habilitó a principios del confinamiento como medida temporal, pero que gracias a la buena conciencia política que hoy tiene la ciudad, se convertirá en una solución definitiva. Resultaba frustrante que después de haber recuperado parte de la dignidad y en medio de la rehabilitación, estas personas sin hogar se volviesen a quedar en la calle en la nueva normalidad. Pero Telde no lo permitirá. Ellos seguirán teniendo un techo en la ciudad, igual que los menores inmigrantes que viven en San Juan. Está bien contar con un inmenso auditorio o un moderno polideportivo con mil salas y servicios, pero es el empeño en buscar soluciones para los de casa sin restar solidaridad con los de fuera lo que hace a uno estar orgulloso de su ciudad.