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No la encharquemos

No la encharquemos

«El verano es estación festiva, pero diviértanse con tino, que como dice el refrán: ‘borracho fino no pierde tino’»

Jueves, 1 de enero 1970

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De haber ido todo como siempre, sin pandemia mediante, a estas alturas ya estarían restallando en los cielos de La Isleta, cuando el día empieza a clarear, en la aurora, los voladores que saludan el paso de la imagen de la Virgen del Carmen por las calles del barrio; y también en algún que otro asadero que siempre se organiza a propósito del acontecimiento. Son fechas de fiesta, y como animales festivos que somos siempre se celebran, sobre todo en verano, estación festiva por excelencia. De hecho, el humano es la única especie que hace fiesta y la convierte en un reverbero de emociones liberadoras.

Y la fiesta no puede hacerse de otra manera que en comunidad. Nos convocan y dan pie a reencuentros. Así han sido siempre. Se comparten abrazos, se adecentan las fachadas, se engalanan las calles, también se alfombran y la vecindad se reivindica. Se abren puertas, hay parrandas y los saludos son más escandalosos de lo habitual. Se respira júbilo. Con las fiestas redimensionamos nuestra realidad, como ha dicho el estudioso de ellas Felipe Bermúdez. Nos sirven, además, como respiro frente a las situaciones de penuria. Unas más que otras, seguramente las del Carmen de La Isleta de las que más, pero todas transmiten algo que tiene que ver con la magia. La gente estrecha sus lazos y no tiene reparo en dar rienda suelta a su identidad.

Por estas fechas, cada año, en La Isleta se vive algo único en torno a una imagen que su gente, agnósticos y creyentes, devotos y ateos, fieles y apóstatas, hizo suya y que ha servido como elemento aglutinador para reivindicar una personalidad construida casi desde la nada, sobre la lava y junto al mar, como respuesta a los muchos embates y condenas a la marginalidad sufridos durante demasiado tiempo.

Sin embargo, los estragos de este virus asesino que nos tiene asolados y su «nueva normalidad» harán que estas fiestas de la ciudad y ninguna otra que en las islas se celebren sean especiales por insólitas, al no poderse realizar en plenitud y en las que habrá que privarse de los abrazos y de la jarana callejera; pero, aún así, que no signifique ello su mutilación y aunque haya menos oportunidades para evadirnos, que sirvan para seguir aprendiendo de cuanto en ellas se enaltece y para mantener vivos los argumentos que dan razón de ser a una comunidad que, ahora por las circunstancias, es menos callejera pero que no renuncia a seguir siendo alternativa.

Toca, pues, buscar otras maneras al divertimento, porque es merecido. Toca celebrar. Eso sí, diviértanse con tino, que ya lo dice el refrán isleño: «borracho fino, no pierde tino». Hagámoslo bien. Después de tanto sacrificio, esfuerzo, sufrimiento, cuando tampoco podemos gozar de las fiestas al uso, ahora que los contagios rebrotan, las razones se multiplican para no encharcarla.

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