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Recuerdos galdenses al alcance de la mano...
Voces, palabras...

Recuerdos galdenses al alcance de la mano...

Y allí en Gáldar, cuando ya competía amistosamente en el terrero, grabé además básicos principios de la lucha canaria: 'Genio, destreza, valor / y limpieza en la mirada', tal la cantan Los Sabandeños

Viernes, 19 de abril 2024, 22:57

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Una mirada a esta fotografía (marzo/24), estimado lector, me trasladó a las aulas laguneras de la Facultad de Filosofía y Letras con don Jesús Hernández Perera, catedrático de Historia del Arte. El sabio profesor nos recreaba con sus explicaciones en torno a la perfección de artistas griegos cuando usaban técnicas depuradas para esculpir ya no solo el cuerpo humano como tal: añadían los ideales clásicos de juventud, deporte, valentía y muerte. Sus personales diapositivas (con doña María Josefa Cordero Ovejero, su mujer - complemento estético) y las a veces poéticas explicaciones sobre el canon de las siete cabezas, la ruptura de la linealidad y otros recursos nos iban introduciendo en un mundo de especiales sensibilidades poco conocidas hasta el momento.

La lograda media circunferencia del luchador con calzón verdiamarillo (CL Unión Gáldar) y la horizontalidad de su contrincante (CL Unión Agüimes) son muestras de lo arriba apuntado. Ambos cuerpos, a muy pocos centímetros de la arena y, por tanto, casi suspendidos en el aire, apoyan sus artificiosas posturas exclusivamente en los pies cual si se tratara de columnas helenas cuyas basas (partes inferiores de las mismas) estuvieran cumpliendo la función de servir como único punto de apoyo a la masa corporal de ambos.

Sus rostros muestran, por una parte, aparente desesperación y máximo agotamiento. El otro, con la boca casi cerrada, parece trasmitir serenidad y confianza en la victoria final. Y los dos, a la par, esperan la definitiva caída del rival o antagonista mientras mantienen el perfecto dominio de la agarrada y casi flotan a la manera de ciertos personajes pictóricos ('Apolo en el carro solar' o 'Sirena', por ejemplo) del palmero Manuel González Méndez, tan denostado y aparentemente marginado a causa de dos óleos ('Fundación de Santa Cruz de Tenerife' y 'Rendición de Gran Canaria') conservados en el Parlamento de Canarias.

La foto, a la vez, me trae a la memoria las agarradas entre Abel Cárdenes (hombre de dos pisos y muy compacta constitución física) y Orlando Sánchez ('El Estudiante', 'El Estilista'), de menor complexión. Pero por sus movimientos y retorcimientos -y el dominio de la técnica- muchas veces victorioso frente a la monumentalidad de Cárdenes cuando algunos mediodías domingueros pegaban allá, en mi entrañable pueblo norteño, recinto sito entre la Calle Larga y su paralela, la actual Científico Roberto Moreno. Todo ante las experimentadas miradas de tres puntales galdenses: Sebastián Ramos, Clemente Ríos y Román 'el de las guaguas'.

Haber nacido y vivido ininterrumpidamente en un pueblo como el mío, Gáldar, no solo me permitió gozar de agarradas (Pollo del Risco, El Palmero, Camurria, mi paisano Borito...) sino también practicar la lucha canaria hasta la doble fractura del brazo izquierdo por una mala caída. No obstante, fue uno de los grandes aciertos que tuve en estos setenta y tantos años de mi vida (siempre consuela recordar lo de 'uno menos en Canarias', ¡ditoseadiós!).

Digo 'vivido' y digo bien, pues va mucho más allá de lo puramente cronológico. La vida allí experimentada hasta los dieciocho años también se convirtió, casi día a día, en fuente de aprendizajes, acercamiento a palabras pensadas, escritas y orales… Por el momento, y hasta mi primera salida del pueblo, vivir no se me había puesto al rojo vivo. Pero inocencia y purezas mentales de la última infancia y primera juventud ya mostraban ciertos desajustes ante la contemplación de injustas realidades ajenas.

Por tanto, la entrada en los primeros razonamientos planteados sin pasiones (no sabía aún qué eran 'perturbaciones de ánimo') me fueron alejando de la impuesta azulinidad. Esta, incluso desde las aulas, pretendía anular la exclusiva capacidad del ser humano para pensar en libertad y sin temor a manifestar pensamientos inicialmente simples pero, a fin de cuentas, reflexiones. Y, sobre todo, las enseñanzas de dos etapas: la escuela pública (La Graduada) - el colegio Cardenal Cisneros (no había instituto) y los primeros cangos, pardeleras, toques por dentro y talegazos en improvisados terreros u, ocasionalmente, el de los mayores, ¡con arena y todo!

Durante la escuela ('Cara al sol' tras el mañanero toque de la campana por Chanito el portero y casi marcial formación en el patio) empecé a darme cuenta de que -incluso sensorialmente- algo exterior no encajaba con mi mundo de fantasías, Capitán Trueno y batallitas bélicas explotadas con habilidad y muy mala leche por el Régimen, fanatizados vividores, inquisidores...

Sí, en efecto: algunos condiscípulos, mañanas y tardes al completo, olían mal. Luego, poco a poco descubriría la razón de tal aparente desarreto higiénico: no solo no había ducha en sus casas; además, ni tan siquiera agua corriente. Sus madres pasaban parte del día en las acequias a la espera de que las aguas para las plataneras pudieran usarse -a veces a escondidas- con el fin de enjuagar y lavar con jabón Lagarto o suasto (¿relación con míster Swastow, industrial establecido en Los Arenales, extrarradio de la capital grancanaria?) las piezas de la semana anterior, es decir, la única muda de pantalones, camisas, camisillas, calcetines…

Más: cuando el maestro preguntaba quiénes se quedaban para el comedor, muchos de ellos levantaban no solo una mano, sino las dos. Y las movían enérgicamente para dejar constancia de su inmediata disposición: ¡comerían algo caliente! Y aunque la carne era casi de suela (lo experimenté una vez), podían llenar sus casi vírgenes estómagos con algo sólido, incluidos papas y pan.

Y otro descubrimiento de impacto absoluto (casi diez añitos): cuando don Nicolás González, el maestro, nos comunicó la muerte del padre de un condiscípulo, varios fuimos a Cañada Honda para acompañarlo. La vivienda era una cueva casi con dos habitaciones, casi vacía de contenidos. Una cama turca acogía nocturnalmente a nuestro amigo y tres hermanos (como en la novela Tiempo de silencio). Y un quejumbroso ropero abría sus puertas caprichosamente mientras dejaba ver en su interior huecos, cavidades, espacios desprovistos incluso hasta de perchas, de una simple camisa limpia… y de esperanzas.

Por supuesto, ni un juguete, un traje de vaquero del Oeste o un elemental plumacho indio, nada de nada. Por no tener no pude encontrar, ni tan siquiera, el retrete para orinar. Tremenda impresión, desestabilizador descubrimiento de un pollillo del cogollo. La vida no era justa para unos, muy al contrario: flagelaba con la miseria. Los primeros años de mi existencia, pues, me descubrieron la realidad de mi pequeño mundo, ni ancho ni ajeno. Gáldar fue, de todas todas, la gran escuela donde aprendí a descifrar la mezquindad de algunos, miserias humanas, hambre y explotaciones.

Y allí en Gáldar, cuando ya competía amistosamente en el terrero, grabé además básicos principios de la lucha canaria: 'Genio, destreza, valor / y limpieza en la mirada', tal la cantan Los Sabandeños. Yo añadiría otra característica: el vencedor tiende la mano al derrotado, tumbado en el suelo, y lo ayuda a levantarse. Es, en fin, la mano del contendiente, nunca del enemigo: nobleza obliga. De ahí mi admiración por ella.

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