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Primero fue una piedra. Se partía a golpes hasta formar una arista con la que se cortaba la carne y se separaba de los huesos. Los estudios más recientes apuntan que ese salto se produjo al menos hace 2,8 millones de años, y marcó la ruta de la especie humana. Un chispazo desconocido llevó al convencimiento de que se podían manipular los materiales para obtener ventaja en la cacería. En qué momento se produjo la intención de modificar el curso de la naturaleza, qué necesidad provocó ese arrebato; las respuestas aún no están certificadas. Aquellos seres que más tarde fueron civilizados no dejaron nada escrito, y sus descendientes no aciertan a comprender la magnitud de tales fenómenos, por muchas huellas que se observen y por mucho que se haya perfeccionado el arte de afilar las piedras.
La gestión agresiva y tan temprana de los recursos alcanza estos días un nuevo escalón. Recientes noticias llegadas de la China dan por hecho que ya han nacido dos criaturas modificadas genéticamente, de manera que ya está aquí la posibilidad de alterar la condición humana con el pretexto de evitarle sufrimientos a los futuros (y a algunos ya presentes) habitantes del planeta. El desarrollo científico vigente produce estos sobresaltos. Ha vuelto el que tiró la primera piedra.
Unos ponen el grito en el cielo por el destrozo ético de este nuevo estadio, mientras otros limitan los reparos al tipo de selección aplicada y a los controles del proceso. De forma que el mismo salto puede entenderse como una derrota que rompe el equilibrio de la naturaleza, o como una nueva fuente de riqueza para los que tengan acceso a este tipo de recursos. Puestos a fabricar, a ver cuándo empiezan a crear nuevas inteligencias, porque de idiotas vamos sobrados.
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