Mensajes perecederos
Lo oculto era esto. Los indecisos ya eligieron. Los jubilados votando en masa. El voto por correo cargadito. Las urnas fijando criterio, el final de las distintas escapadas. Cartas arriba. Líderes ganadores en precario. Porque otra cosa no ocurrirá, pero ganar, siempre ganan todos. Unos más que otros. Más que una meditación en la víspera, debería implantarse una jornada de reflexión el día después de las elecciones. Un momento de serenidad para recuperar la lucidez tras el impacto. Debería revisarse con el VAR eso de que el pueblo se equivoca. La historia esterca. Basta con mirar el último siglo en Europa, el último quinquenio en Estados Unidos. Todo lo colectivo es frágil.
El mapa político español ya no es el de hace cuarenta años, las siglas ya no significan lo mismo. Sometidas a las leyes del mercado, las organizaciones se mimetizan en un paisaje superpoblado de imágenes, señales y emociones. El fin de las ideologías viene impreso de fábrica en los anagramas; adiós hoces y martillos, adiós rosas y estrellas verdes, rojas o amarillas. En esta campaña electoral ya surgieron ositos de peluche, tazas para el café, zapatillas de andar por casa. Juegos de colores, emoticonos para ilustrar leyes y decretos. Aunque falte por saber quién pagará las facturas pendientes.
Lo único que va a contar ahora es el factor numérico. ¿Quién dijo que no pactaría con quién? Pelillos a la mar, y a componer nuevas partituras. La política de pactos permite fluctuaciones. ¿Saben aquel que dijo que la sociedad se ha vuelto líquida? Zygmunt Bauman describe que para mantener el dominio de la satisfacción en el mundo actual, la distancia entre la tienda y el cubo de la basura tiene que ser muy corta y la transición muy rápida. Los mensajes de campaña son productos perecederos.