Trincones con corbata (o falda)
En demasiadas ocasiones vivimos según la inercia de lo dado. Las cosas son así, y no se cuestiona su origen ni se pregunta si ... podrían ser de otra manera. Si lo aplicáramos al contexto político actual, la pregunta sería cómo hemos dejado que la clase política –con el evidente sesgo de la generalidad– sea una suerte de asaltantes del poder, una banda de trincones con corbata o con falda. De la vocación de servicio público, con la que nos torpedean en campaña, con el sacrificio personal que dicen que hacen por mejorar la vida del pueblo, la ciudad, la comunidad o el país, en el primer pleno aprovechan, y como primera medida, subirse el sueldo.
Lo hemos visto tras las elecciones municipales y autonómicas. Más allá de los pactos inefables coinciden en un amplio espectro de colores en subirse la nómina y en crear nuevos altos cargos para quienes han sido leales al partido. Ni siquiera hay que salir de las islas para poner ejemplos. Desde el presidente del Cabildo de Lanzarote, que para más pitorreo hizo el paripé de hacer una encuesta sobre su nómina, hasta la dirección general de deportes autóctonos, que, haberlos 'haylos', pero probablemente no da para ese entramado burocrático.
La pregunta es cómo hemos llegado hasta aquí. Cómo hemos normalizado el relato confeccionado con patrón de que los sueldos son para «atraer a los mejores», cuando lo que vemos alrededor da simple grima. No digo que un alcalde cobre solo en «sueldo emocional», pero tampoco hace falta equipararlo con el descubridor de la penicilina.
Sin embargo, llama la atención que ni siquiera cuando se les ven las costuras se reaccione. Ahí está el «presi», dos minutos de «tu puta madre, hijo de puta, maricona» amenazando a un periodista porque no le gusta lo que escribe. Y, como con el emérito, todo se zanja con un «perdón, me he equivocado».
Contentarnos con esto es lo que explica que hayamos llegado hasta aquí. Y convendría tenerlo presente cuando vayamos hoy a las urnas.
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