Lo de Alberto Núñez Feijóo con el «divorcio duro» o la «violencia intrafamiliar» para no herir las susceptibilidades de la ultraderecha, a la que ... necesita para poder gobernar en determinadas comunidades autónomas, ni sorprende, ni es novedad. La ramplonería campa a sus anchas en esa derecha que se perfuma de liberalismo sin entender muy bien qué será eso. En este punto solo hay que lamentar el retroceso a la España negra de las miles de mujeres y niñas que tendrán que soportar el régimen neotalibán en esas comunidades.
Sin embargo, el giro de guion de quien aún preside el Gobierno «más feminista de la historia de España», Pedro Sánchez, sí que ha sido una sorpresa. Aunque tampoco tanta. Basta mirar la última nómina de «hijos adoptivos» de la muy progresista ciudad de Las Palmas de Gran Canaria para ver lo que dan de sí. Ni una mujer, de siete oportunidades, ha sido distinguida en esta categoría.
Se sabe que la práctica política en este país se basa en la estrategia y la táctica en menoscabo del mejor argumento y eso es, probablemente, lo que ha ido deteriorado la convivencia en los últimos años.
Poco importa si Sánchez se inventó que efectivamente tiene «amigos» de entre 40 y 50 años que están «incómodos» con el feminismo de «confrontación» y prefieren el «integrador» como si no. Que Sánchez sabe qué es el feminismo y, especialmente, lo que le debe es un hecho. Pero lo cierto es que quiso dejar claro que quiere rascar los votos del casi un millón de «ofendiditos» porque las mujeres no solo dicen que 'hasta aquí', sino que lo gritan y exigen. Es el estigma del PSOE. Quiere ser de izquierdas, pero se le acaba viendo la patita.
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