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Un fin de semana intenso en el circuito de Jerez. Una monstruosa maquinaria que funciona como un reloj. Una ciudad de motos en la que se cuida hasta el más mínimo detalle tanto por la organización.
Un escaparate al mundo con dos ruedas en la que los pilotos son los grandes protagonistas, pero que en lugar de deidades o los súper hombres que son, se muestran frágiles y cercanos con los amantes de las motos. Lo comprobamos en el meet and greet con Jorge Lorenzo en la flamante casa de Ducati. Apesadumbrado, no vaticinaba nada bueno el 99. No se equivocó. «Tiene que pasar un milagro para que gane la carrera», repetía una y otra vez tan humilde como poco optimista. Le pregunté sobre su pesimismo, y su respuesta fue tan sorprendente como clarificadora: «Cuando a Messi, el mejor del mundo, lo colocas en el centro del campo, no deja de ser el mejor, pero no juega tan cómodo como cerca del área. Así me siento yo, al haber cambiado de moto. Necesito tiempo para adaptarme a las nuevas circunstancias», aseveró prometiendo al tiempo batalla. Claro y alto. No es falsa humildad, sin eufemismos ni excusas futboleras. Lorenzo en estado puro en un mundo en el que el trabajo de equipo es tan importante como el piloto aunque él solo se enfrente al asfalto.
Un lugar donde por encima del espectáculo está la seguridad, en la que se invierten millones de euros en elementos de la carrera que luego se democratizan para el uso terrenal tras ser testadas al límite en la pista. Dicen que los pilotos de motos están hecho de otra pasta, sin duda, pero detrás de ellos hay un trabajo perfectamente coordinado y engrasado para minimizar riesgos. Nada está sujeto a la improvisación en la ciudad rodante del motor. 3.500 personas, decenas de camiones, toneladas de mercancía.
Y se nota en las pequeñeces. La vida en un motorhome es intensa como una carrera constante. Una logística así necesita de días de preparación y coordinación.
Pero el momento más especial del fin de semana, además de la carrera, claro, fue cuando probé la sensación que vive un piloto poniéndome en su casco. Junto a Mamola y Battaini sentí la adrenalina de la moto, dulce veneno que explica la pasión por las dos ruedas. Entendí la sensación que les lleva a jugarse la vida a toda velocidad. Un proceso lento y seguro, como la vida en un circuito.
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