La primavera municipal
«Nuestros municipios ofrecen hoy más y mejores servicios a sus vecinos y vecinas. Hay menos abismos territoriales, aunque persisten diferencias de desarrollo y calidad de vida en una misma ciudad»
Este 3 de abril se cumplen cuarenta años de la celebración de las primeras elecciones democráticas municipales tras la dictadura. Unos comicios que se realizaron un mes después de los generales del 1 de marzo, en los que la Unión de Centro Democrático (UCD) consiguió una mayoría que le permitió continuar presidiendo el Gobierno, con Adolfo Suárez al frente del mismo. Circunstancia, la separación de apenas un mes, que se repite en esta ocasión: las generales tendrán lugar el 28 de abril, las municipales, el 26 de mayo, fecha en que se producirá, asimismo, la renovación de la mayoría de los parlamentos autonómicos; un aspecto diferenciador, dado que en el año 1979 aún no existían las comunidades autónomas.
En aquellos comicios locales, la UCD ganó claramente en el conjunto del Estado en votos y en concejalas y concejales electos, con casi cinco millones de papeletas y 29.000 ediles frente al PSOE (4,6 millones de votos y 12.059 electos), el PCE (apoyado por 2,1 millones y que consiguió 3.727 ediles) y las agrupaciones electorales independientes (1,6 y 14.684), pero perdió las alcaldías de la mayoría de las grandes ciudades -Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla, Zaragoza, Málaga, Valladolid, A Coruña...-, en casi todos los casos por pactos de gobernabilidad entre las fuerzas de izquierdas.
Con el PNV hegemónico en el País Vasco (37,42% de las papeletas, por delante de Herri Batasuna, 15,61%, y PSOE, 15,27%) y el PSC-PSOE en Cataluña, aventajando a CiU en votos, aunque no en actas, fruto de la implantación de los nacionalistas en los medianos y pequeños municipios. En la otra comunidad histórica, Galicia, ganó nítidamente UCD.
Algunos de los concejales y alcaldes de entonces tuvieron una gran proyección mediática. Unos permanecieron siempre vinculados a la vida política municipal. Otros saltaron posteriormente del sillón municipal al ministerial o a ejercer responsabilidades parlamentarias o partidarias; también a presidir comunidades autónomas.
Entre los nombres más destacados de alcaldes y concejales de aquellas primeras elecciones se encontraban los de Enrique Tierno Galván, Narcís Serra, Joaquín Leguina, José Barrionuevo, Miguel Herrero de Miñón, Ramón Tamames, Cristina Almeida o Julio Anguita.
Presidentes. En el caso canario, Manuel Hermoso Rojas, Carmelo Ramírez Marrero, Antonio Sanjuán Hernández, Domingo González Arroyo, Lorenzo Dorta García, Francisco Afonso Carrillo, Pedro Guerra Cabrera o Paulino Rivero Baute, proyectarían sus carreras políticas fuera de sus municipios, fundamentalmente en cabildos y parlamentos. Dos de ellos, Manuel Hermoso y Paulino Rivero, serían presidentes de la Comunidad Canaria y uno, Pedro Guerra, del primer Parlamento canario.
En Canarias, los centristas de Adolfo Suárez tuvieron que conformarse con presidir el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, pues el resto de bastones de mando de las cuatro ciudades más pobladas se las repartieron fraternalmente UPC (Las Palmas de Gran Canaria), PSOE (La Laguna) y Asamblea de Vecinos (Telde). Eso sí, la UCD logró dirigir 51 de los 87 ayuntamientos canarios de entonces, entre ellos los de Arrecife, Puerto del Rosario y Valverde. UCD obtuvo un total de 41 mayorías absolutas, el resto de alcaldías las consiguió mediante pactos con otras fuerzas políticas.
Grupos asamblearios en distintos territorios (especialmente Asamblea de Vecinos, en Gran Canaria, y Asamblea Majorera, en Fuerteventura) y la presencia del nacionalismo de izquierdas, sobre todo en las zonas urbanas de las islas capitalinas, fueron las notas diferenciadoras de aquellos comicios en Canarias con relación a lo que sucedía en el resto del Estado.
En aquella histórica jornada de comienzos de abril también se democratizaron los cabildos insulares, con triunfo de la UCD en todos, salvo en el de Fuerteventura, en el que ganó AM, y El Hierro, cuya dirección correspondió a Asamblea Herreña Independiente (AHI).
Infraestructuras. La tarea que enfrentaron los equipos de gobierno de las distintas corporaciones nacidas de aquellos comicios era ingente. En nuestro caso, el canario, la mayoría de los municipios presentaba grandes carencias en infraestructuras -suministro de agua, redes de saneamiento, electrificación...-, así como instalaciones educativas, sanitarias o deportivas. Y eran, además, muy escasos los recursos económicos de los que disponían para abordar tantas necesidades. A lo que se añadía la notable falta de experiencia en la gestión democrática municipal. Casi todo estaba, entonces, por hacer. Como señala el admirado Salvador García, periodista que fuera alcalde de Puerto de la Cruz en los años noventa, tras los comicios de abril del 79 «hubo que invertir notables esfuerzos mientras las modificaciones legislativas iban aplicándose, y las nuevas estructuras y el nuevo funcionamiento nos acercaban a las concepciones y a los esquemas del desarrollo democrático».
Pese a todo ello, los obstáculos financieros y de gestión, así como los de una legislación heredada del franquismo, la democracia municipal supuso un importante paso adelante que comenzó a transformar realidades de enorme retraso, mejorando significativamente la calidad de vida de sus ciudadanos y ciudadanas. El proceso autonómico iniciado unos pocos años más tarde también colaboró en modificar el secular atraso de las Islas, de manera inmediata en las infraestructuras y en la red de centros educativos, posteriormente, ya en los años noventa, en el ámbito sanitario.
Nuestros municipios ofrecen hoy más y mejores servicios a sus vecinos y vecinas. Hay menos abismos territoriales, aunque persisten diferencias de desarrollo y calidad de vida en una misma ciudad entre sus distintos barrios. Quedan numerosas asignaturas pendientes; entre ellas las de acceso a la vivienda (dificultado aún más en los últimos tiempos por la explosión desordenada del alquiler vacacional, que en la práctica dista mucho de ser esa economía colaborativa que pregonan) y la apuesta por una movilidad sostenible, con mucho más peso del transporte público y reducción del privado, así como con barrios más autocentrados y menos desplazamientos innecesarios. Con más espacios amables para el paseo y menos ocupación territorial por los coches. Con menos contaminación y niveles de siniestralidad.
Las elecciones locales del 26 de mayo constituyen, sin duda, una oportunidad para que las formaciones políticas planteen a la ciudadanía sus variadas propuestas en estos y en otros asuntos. Aunque, tal y como está el patio del patrioterismo y de la política espectáculo y plagada de banalidades, algunas intentarán que el discurso esté trufado de muchas banderas, de mucho ruido e insultos; y, paralelamente, de pocas ideas transformadoras de la realidad cotidiana, de pocos planteamientos impulsores de cambios que mejoren la calidad de vida de la gente. Como empezó a hacerse aquel 3 de abril y debe continuar haciéndose ahora.