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Es frecuente que cualquier Ejecutivo al llegar al poder despliegue a modo de alfombra el argumento de la herencia recibida. Por lo general, suele operar primero como una receta para enfriar las expectativas generadas precisamente tras una campaña electoral intensa que ha provocado la alternancia pretendida. También sirve como antesala o parapeto burocrático que permita ganar tiempo hasta poder desarrollar el proyecto político deseado. Insisto, es habitual. Por citar un precedente, tras el largo gobierno socialista (1982-1996) José María Aznar endosó a los últimos años del felipismo irresponsabilidades económicas que su Gabinete tuvo que corregir enseguida en aras de que España pudiese finalmente entrar en el euro cumpliendo los criterios de Maastricht. La idea es sencilla: Aznar lanzaba a la opinión pública que gracias al sacrificio del PP se pudo corregir los desequilibrios estructurales de la economía española y entrar en la moneda única desde el primer momento al estilo de los grandes integrantes del club comunitario.

Ahora bien, el alegato de la herencia recibida vale por completo cuando imperaba el bipartidismo imperfecto y, en suma, el sistema de partidos pivotaba sobre dos formaciones sistémicas que basculaban hacia el centro y les escoltaban si acaso los nacionalismos periféricos en caso de no lograr el PSOE o el PP mayoría absoluta en las urnas. Estas reglas han quebrado. O, cuando menos, se han transmutado considerablemente desde que se ha ido reordenando el sistema de partidos al calor de la crisis económica y el 15M, por lo que las lógicas institucionales y los réditos electorales son propiciados y motivados por otros argumentos. Es mucho más sencillo para el electorado identificar a los culpables de una mala gestión cuando administra tan solo un partido que cuando se produce un Gobierno de coalición; por ejemplo, qué sencillo es retratar y confrontar entre sí la Gran Bretaña de la revolución conservadora de Margaret Thatcher ante la del Nuevo Laborismo de Tony Blair.

Con todo, la narración política de la herencia recibida dura lo que dura. Es decir, ningún Gobierno puede ampararse la legislatura completa en este pretexto. Dicho de otro modo, la política monetaria ultraexpansiva del Banco Central Europeo tampoco es indefinida y, antes o después, deja de ser efectiva. Las anfetaminas y el dopaje de la economía acaban por disolverse. De hecho, ya lo estamos comprobando con las previsiones y cuadros macroeconómicos que alertan que sobrevendrá una crisis como un coletazo más de la Gran Recesión de 2008.

Por si fuera poco, la herencia recibida que deja el clavijismo alberga una bajada del IGIC realizada la anterior legislatura que constituye una irresponsabilidad que ahora toca enmendar. Una manera de darle la vuelta es que la Consejería de Hacienda adopte un carácter transversal. Por supuesto, el aumento del IGIC no se debe llevar a cabo como una medida aislada. Además, puede acompasarse con una reforma tributaria de mayor calado (en el tramo autonómico del IRPF) basada en deducciones a beneficio de la ciudadanía condicionadas por su finalidad social, ecologista o de igualdad de género. Se rubricaría, en fin, una reforma fiscal profunda a recordar en la historia del autogobierno.

Rafal Álvarez Gil

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