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La política española ha elevado el listón de las exigencias éticas. Es un signo de renovación democrática que nos coloca al mismo nivel que la mayoría de los países europeos con democracias históricas en las que una multa de tráfico por conducir ebrio se convierte en suficiente motivo para la dimisión. En España, la máxima política era dimitir por una condena firme por corrupción, hasta que las exigencias de la renovación llevaron a los partidos políticos a apartar de la vida pública a sus cargos con la apertura de juicio oral. Fue el exministro canario José Manuel Soria el que, empujado por los papeles de Panamá, perdió su puesto en el Gobierno e inauguró otro peldaño en la escala de evaluación ética de los políticos. No estaba encausado, ni imputado y aún hoy, que sepamos, no hay ninguna investigación abierta para dilucidar si su firma en la constitución de empresas de su familia en paraísos fiscales vulneró la legalidad española.
Pedro Sánchez construyó su liderazgo en torno a la honestidad y la ética frente a la corrupción del PP y ese fue el eje de su ascenso a la presidencia del Gobierno. Sánchez ha usado la ética para zaherir a sus contrincantes políticos. Aún resuena su lacerante acusación a Rajoy: «Es usted un indecente» y se recuerdan los argumentos que utilizó para abandonar, forzado por su partido en una crisis sin precedentes, su cargo como secretario general del PSOE y su escaño en el Congreso de los Diputados. No quiso abstenerse en la votación que llevó a Rajoy a la presidencia del Gobierno por la corrupción en el PP.
Su liderazgo contribuyó a elevar el nivel de exigencias éticas y morales en la política española. Es la espuela que sacó a Maxim Huertas del Gobierno a los siete días de su nombramiento, al descubrirse que estaba condenado por un fraude fiscal. La misma que hace una semana llevó a dimitir a la ministra de Sanidad, Carmen Montón, después de que la prensa descubriera que había plagiado un 58% de su trabajo de fin de máster.
La disputa política en torno a las titulaciones ha seguido los mismos patrones. Desmentidos, uno detrás de otros, defensa a ultranza de los partidos, investigación periodísticas para desmontar las mentiras y dimisión. Esa fue la trayectoria de la expresidenta de la comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, la de Pablo Casado, la de Carmen Montón y, todo hace indicar que ahora la de Pedro Sánchez.
Es previsible que esta historia acabe apagándose, pero el daño al presidente del Gobierno es inmenso porque ha sido herido en el núcleo mismo de la esencia de su liderazgo, el de la ética. Desde que Rivera le mentó el asunto en el Congreso, Pedro Sánchez perdió la compostura amenazando a Ciudadanos con un «Se van a enterar». Mientras, todos los datos apuntaban a que algo ocultaba. Mintió en el Congreso. Dijo que su tesis estaba colgada en Teseo y no lo estaba. A partir de aquí la prensa ha ido publicando datos que ponen en tela de juicio la honradez personal y académica del presidente. Hizo el trabajo en un año, cuando este tipo de investigaciones lleva, como mínimo tres. Para elaborarla se apoyó en documentos elaborados por su círculo de amigos y correligionarios del PSOE del Ministerio de Industria, siendo ministro otro de sus valedores, Miguel Sebastián. Lo publicó en un libro compartiendo autoría con Rafael Cortés, jefe de gabinete de Sebastián, el coordinador de los asesores y funcionarios que realizaron los estudios y el que le facilitó gran parte del material, y, según algunos medios, el que hizo de «negro», aunque él lo ha desmentido. El tribunal que lo examinó y que le otorgó la máxima nota era un grupo de afines y novatos. Tres se acababan de doctorar, dos compartían con Sánchez la directora de tesis y uno había escrito un artículo con él. La prensa sometió el texto a los implacables programas antiplagio que detectaron copia y pegas, argumentos concretos sin citar autores y hasta un documento utilizado por el exministro de Industria, Miguel Sebastián.
La presión llevó a Sánchez, dos días después, a ordenar la publicación de sus tesis doctoral y a Moncloa a someterla a los mismos programas para concluir que no ha existido plagio. Ninguno de las personas implicadas en el asunto han querido hablar con la presa para defender a Pedro Sánchez, como se quejaba ayer un periódico, nada hostil con el presidente, como El País. Para colmo expertos en economía aseguran que la tesis doctoral del presidente no tiene valor científico alguno y que ninguna revista prestigiosa la publicaría.
Herido de muerte en el núcleo central de su liderazgo, de su política y de su Gobierno, Pedro Sánchez podrá sobrevivir, pero no por mucho tiempo. La falta de ejemplaridad y de ética tocan la esencia de su persona y la estrategia de su Gobierno, jugar al marketing ante la imposibilidad de gobernar a pesar de las dificultades. Hipotecado por el listón que él mismo marcó para los demás y que ha menguado su Gobierno en los cien primeros días, se enfrenta también al independentismo chantajista, al populismo implacable y a una nueva desaceleración económica que preocupa a los españoles.
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