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Nosotros los inquisidores

Nosotros los inquisidores

Ultramar ·

No cabe la neutralidad. Al cura Báez se le han consentido excesivas lindezas y exabruptos

Sábado, 19 de junio 2021, 07:01

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Acostumbro a atender la enseñanza de Sancho Panza, de ahí que considere una necedad ofenderse solo por un rebuzno, e intento obedecer el consejo de Kant, que recomendaba cuidarnos de discutir con gente sin fundamentos porque nos pueden confundir con ellos, de ahí que no suela darle importancia a las constantes imputaciones que nos hacen a los periodistas inquisidores o culpables de muchos males, eso de matar al mensajero, convirtiéndonos en el problema, sencillamente por haberlo señalado. Y es que es sabido que contar las cosas que ocurren suele generar bastante incomprensión, pero si además se comete la osadía de interpretarlas puede ser, además, peligroso.

Pero el periodismo consiste en contar hechos y a partir de ahí formular opiniones, asumiendo, como reza el libro de estilo del 'New York Times', que no somos ni poetas, ni académicos, ni artistas, ni activistas. Es decir, relatamos los hechos atendiendo siempre a la veracidad, bajo la premisa de hacerlo lo más objetivamente posible, sabiendo que es un imposible, pero siempre persiguiéndolo; aún así no se puede ser neutral según qué circunstancias. Y la violencia machista es una de ellas.

Por tanto, así diga el cura Báez que es víctima de una trama política a la que nos hemos sumado los medios, la realidad es que él es prisionero de sus palabras, de las que, aun cuando haya pretendido matizarlas, no ha querido desdecirse. Parapetarse en sus convicciones católicas para concluir que el doble asesinato de las pequeñas Anna y Olivia es resultante de la ruptura matrimonial no tiene perdón de dios. No hay neutralidad que valga. «Las personas decentes anteponen los derechos humanos a las ideologías», dejó escrito Elvira Lindo. Y el derecho a la vida es el primero de todos ellos. Pues eso.

Hay un proverbio chino que reza que las hijas al crecer cambian dieciocho veces, y cuantos más cambian más guapas se ponen. A Anna y Olivia su presunto asesino, su padre, no las dejó crecer ni ser aún más guapas. Sortear con ditirambos religiosos un repudio a tamaña barbarie solo merece una condena.

Permítanme otra cita, decía Umbral que somos una país lleno de furor ético, pero preferimos los predicadores a los sinceros. Toca ser sinceros. Ha de saber el cura Báez que se le han consentido desde hace demasiado excesivas lindezas y un sinfín de exabruptos, hasta el punto de que las ha convertido en santo y seña de su forma de predicar, pero en esta ocasión ha rebosado el vaso. No cabe neutralidad.

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