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Habilidades académicas

Jueves, 1 de enero 1970

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La adaptación a la normativa europea aceleró los trámites. Al terminar el plazo de cinco años fijado por el llamado Plan Bolonia, las universidades españolas otorgaron unos 20.000 títulos de doctor en los meses anteriores a febrero de 2016. Sólo este registro sería suficiente para entender el alto nivel de desarrollo del conocimiento patrio emanado de las urgencias burocráticas. Este volumen supera con creces a los doctores que tiene la Iglesia, apenas 36 expertos con título para iluminar a sus fieles, por lo que no deben quedar dudas sobre el carácter laico que alumbran la modernidad y sus instituciones.

Este avance social no impide ciertos comportamientos atávicos, que se extienden sin barreras conceptuales y podría parecer que hasta se siembran desde toda clase de púlpitos. Que no se encuentre alternativa capaz de acabar con el paro o que crezca el miedo al extranjero que huye de sus desgracias son asuntos a los que no alcanza la luz de tanta sabiduría. Tampoco alumbra lo suficiente para bajar los precios de la energía o para evitar que el mundo sucumba convertido en estercolero.

Por esto y algunas cosas más, es sabido que al pueblo ignorante le gusta hacer chanza con la condición de doctor. En sus frecuentes desatinos llegan algunos a considerar el arte de la política como una demostración de habilidades académicas, alarde de vitrinas. Así se infla la experiencia a veces inexistente con certificados cuyo mayor esfuerzo se atribuye al funcionario capaz de ponerle el sello. Los escándalos recientes actualizan el Buscón de Quevedo, quien al pasar por la universidad, se convierte en experto en engañar a los demás. En un país amante de sus tradiciones, la exaltación del tramposo no es sólo una referencia literaria. Es la ruta más segura del éxito.

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