Macron
Tras el severo correctivo en las elecciones europeas, el presidente francés, Emmanuel Macron, adelantó las legislativas, en un intento -se supone- de cortocircuitar el ascenso ... de la extrema derecha abanderada por Marine Le Pen.
La consecuencia inmediata fue un cisma en el bloque conservador, donde quienes abogaron por entenderse con Le Pen fueron defenestrados, mientras que la maltrecha izquierda recupera un frente común marcado, en todo caso, por la mezcla de sensibilidades ideológicas muy diferentes y trufada también de personalismos antagónicos.
Y a todo ello se suma Macron, que llegó al poder siendo un político conocido pero sin un partido estructurado a sus espaldas. La realidad ha ido demostrando que es precisamente esa debilidad la que ha laminado su imagen, pues todo el 'macronismo' nace y muere en el propio presidente.
El modelo político francés es muy presidencialista, tanto que no sería la primera vez que nos encontrásemos con la llamada cohabitación:un presidente casi plenipotenciario con un primer ministro de otro signo político. Incluso en esos casos, el jefe del Estado sigue siendo la referencia, pero eso fue así en los tiempos del bipartidismo y con la ultraderecha como fuerza casi testimonial o, como mucho, como tercero en liza. Ahora los tiempos han cambiado, el socialismo tradicional prácticamente se ha difuminado y Francia sufre, además, un fenómeno que también se ha visto en el Reino Unido: la identificación de la capital como una especie de Estado dentro del propio Estado, de manera que el descontento del 'extrarradio' se canaliza hacia los capitalinos, con el presidente galo -o el primer ministro británico- como referentes a batir.
De Macron, como del italiano Draghi en su día, se esperaba una suerte de tecnocracia donde lo importante era gestionar bien y aparcar los principios de partido. Pero esos esquemas no han funcionado:al aparecer en escena tendencias ideológicas muy acusadas, ya sea por la derecha o por la izquierda, las opciones supuestamente centristas acaban pareciendo muy 'blandas' y se diluyen entre los votantes. Y si no hay un partido con banquillo suficiente para garantizar recambios, todo va a peor. Es lo que parece estar pasando con Macron, que puede ver en ese adelanto de las legislativas el fin de su ciclo político.
Digan lo que digan las urnas, lo que sí parece claro es que París ya no manda en Europa como antaño. Y Berlín, tampoco.
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