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La eutanasia, ¿«cultura de la muerte»?

La eutanasia, ¿«cultura de la muerte»?

Voces, palabras ·

Ningún argumento racional puede esgrimirse para apoyar o condenar tal decisión: todo depende del planteamiento moral (subjetivo, interno, personal) de quien lo analice

Sábado, 19 de diciembre 2020, 07:18

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Según encuestas (Metroscopia...), el 85% de la población está de acuerdo con la eutanasia, definida por la Iglesia (encíclica 'Evangelium vitae', 1995) como «Una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de la persona humana [...] Conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio» ('catholic.net').

Sin embargo el Congreso de los Diputados aprobó anteayer, jueves, la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia (198 votos a favor, 138 en contra -PP, VOX, UPN-, dos abstenciones), propuesta el día 10 por la Comisión de Justicia de la misma institución nacional. La Conferencia Episcopal Española había convocado una jornada de ayuno y oración para el miércoles 16, con el fin de «pedir al Señor que inspire leyes que respeten y promuevan el cuidado de la vida humana» (agencia SIC). Falta su aprobación por el Senado.

Como nuestra lengua se formó a partir de la evolución del latín y este, a su vez, fue enriquecido con palabras griegas, la voz eutanasia ('Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura') proviene de la lengua del Lacio. Esta la había adoptado del griego [euthanasía], 'muerte dulce'. Tal hecho nos sitúa en el apogeo de la cultura helena, siglo V a. C., el mismo de Hipócrates, padre de la medicina. (Tomó cuerpo científico cuando el pensamiento racional fue forzando, paulatinamente, a abandonar la influencia de los mitos.)

El mismo PNV, de tendencia liberal- conservadora y tradición católica, votó a favorComo toda implantación revolucionaria, esta ley satisface a unos y desestabiliza a otros

Por tanto, la eutanasia no es algo nuevo en las culturas clásicas. Así, si el éxito de la medicina comenzó en Grecia 2500 años atrás, hemos de suponer que la 'intervención deliberada para poner fin a la vida [...]' podría remontarse a dos milenios y medio. Palabra nada novedosa, pues, en nuestra civilización occidental.

No olvidemos dos cuestiones elementales. Una: los hablantes son los propietarios de la lengua. Dos: los diccionarios recogen las voces con sus significados una vez ambos son consolidados en la comunidad lingüística. Y 'eutanasia' tiene ya decenas de siglos. Y permanece porque su «acción de» no ha desaparecido. (Planteamiento racional: tanto el Diccionario de la Academia como el manual de mi Bachillerato traducen el término como 'muerte dulce'. ¿Por qué?)

Como toda implantación revolucionaria, esta ley satisface a unos y desestabiliza a otros. Pero defensores y detractores ejercen el constitucional derecho a la expresión de sus opiniones a través de alegatos argumentados: tal corresponde a una sociedad civilizada, democrática y libre. Así pues, el máximo respeto para ambos posicionamientos.

Por tanto, ¿por qué PP y Vox no intentaron el logro de la mayoría, pretensión harto difícil, por otra parte: ¿de dónde iban a sacar los apoyos necesarios para superar la propuesta gubernamental si partidos políticos no comunistas-bolivarianos-socialistas-judeo-masónicos lo tenían claro? El mismo PNV, de tendencia liberal - conservadora y tradición católica, votó a favor: «Hay que legislar mas allá de las creencias propias [...] Se necesita una legislación para todos».

Los anteriores, no obstante, cuentan con medios ideológicamente afines y la bendición de instituciones eclesiásticas, Así, para Hispanidad se trata de «homicidio miserable, encanallamiento con el débil»; es «Un retroceso de la civilización» (Comité de Bioética), argumento esgrimido por el PP; la Conferencia Episcopal añade: «Una sociedad no puede pensar en la eliminación total del sufrimiento [...], ha de acompañar, paliar y ayudar a vivirlo». (Por cierto: Hispanidad no se fía del PP: «Se opone a la eutanasia [...] Pero también se oponía al aborto y al matrimonio homosexual y cuando llegó al poder no hizo nada al respecto».)

Fue en 2003 cuando una madre francesa propició la muerte voluntaria de su hijo, a quien un accidente lo condenó: solo movía un dedo de la mano izquierda frente a la parálisis del cuerpo, que no de pensamiento, raciocinio, conocimiento de la realidad. El joven satisfizo su última voluntad, la muerte buscada a través de otra persona. ¿Tuvo derecho a ella? ¿Fue un asesinato?

Ningún argumento racional puede esgrimirse para apoyar o condenar tal decisión: todo depende del planteamiento moral (subjetivo, interno, personal) de quien lo analice. Para los católicos nadie es dueño de su propia vida, nadie puede disponer de su voluntad para dejar de vivir: va contra elementales principios religiosos. Para ellos solo Dios es quien da y quita la vida. Para otros, la libertad implica también el no sometimiento a una terrible realidad que, sin remedio, nos impide ser, actuar, pensar...

Es decir: ante tales circunstancias podríamos decidir la voluntaria aceptación de la existencia o, al contrario, reclamar el derecho para terminar con ella pues, a fin de cuentas, solo el individuo sería dueño y propietario de su propio ser: soy en cuanto quiero ser, en cuanto me apetece seguir siendo. Pero nadie puede coartar mi libertad si quiero dejar de ser.

Para mí, vivir no es solo existir, estar en el mundo de impotencias físicas o mentales. Hemos de realizarnos, además, plenamente (querer y ser queridos, amar y ser amados, recrear y recrearnos, buscar la felicidad....). Y como ser libre, si fallan lo físico y lo mental puedo dejar (o no) que sea el propio tiempo quien actúe inexorablemente sobre mí. Incluso puedo consentir y aceptar (o no) el trato con otros, sartrianos infiernos.

Si la vida se reduce a un sentimiento de estar en ella... física o intelectualmente anulado, entonces sobro. Pero -y es lo importante- porque así lo habré decidido. Incluso los sentimientos de soledad y aislamiento que condicionan la frustrada juventud de un muchacho de veinte años (o de un señor de ochenta...) son suficientes para justificar SU libre decisión de no seguir en la vida: esta es mucho más que diástoles y sístoles.

Por tanto, si mi estar consistiera simplemente en mantener las constantes vitales gracias a medicamentos, aparatos o cualesquier otros métodos y no pudiera participar del susurro de las olas; si careciera de tonos y timbres de voces queridas o no pudiera alcanzar el entrañable sabor de las palabras..., renunciaría a ella sin reparo alguno. Lo dejo testamentado.

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