El ruido de los inútiles
La primera condición del candidato es que sepa dividir. Para situarse delante de la masa debe ser capaz de acumular fracciones; dos fracciones son medio partido y con eso basta para ocupar un puesto de salida en la lista, por llamarla de alguna forma. Así demuestra el aspirante que tiene madera de líder, o simplemente madera. A la vista están los troncos que estos días presumen de solvencia, llegan flotando desde el Pleistoceno.
La pureza del mensaje se mide por los grados de separación entre los complementos directos, por la discontinuidad de las circunstancias. Divididos por temas o sectores, se facilita la planicie de los discursos.
Los aspirantes a tareas mayores, los que guardan más expectativas, van un paso más allá. Deben demostrar su capacidad para fracturar. Romper las costuras de los trajes, partir la pieza y que se oigan los crujidos. No importa la simetría, no tienen que obtener partes iguales. Lo que importa es el ruido, aunque el resultado sea inservible. Puro fragmento, piezas destruidas.
El paradigma es ahora el brexit, el modo en que los británicos presumen de modelo democrático aunque sea para demostrar la incertidumbre de su propia ruptura. La isla como alternativa en la era de la globalización, el retorno a lo pequeño como seña de identidad. No es el Reino Unido lo que se pone a prueba, y no es sólo una cuestión de mercado. Devaluada la proyección de Europa como fortaleza, devaluados los proyectos de apertura, amenazadas las energías sostenibles, el discurso único se ha simplificado. El mundo sólo puede ser blanco o negro, no hay más elección que la caverna o la ciénaga. Es una dinámica demoledora la que debilita las pensiones, los salarios y las esperanzas de los pobres. No hay peor mentira que la promesa de un inútil.
