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Gaumet Florido
Todo lo que tiene que ver con la infancia, de la que hoy se conmemora su día mundial, me despierta ternura y un instintivo deseo de protección. Me sacude el alma el dolor de un niño o una niña. Me pasó estos días viendo The Florida Project, una extraordinaria película en la que una madre inmadura y con dificultades económicas lucha a su manera por abstraer a su hija de las miserias en las que viven, en un motel de carretera al lado mismo de Disneylandia, en Orlando, la meca de la infancia más utópica. Sus formas no son un ejemplo, es verdad, pero al menos logra que la niña sea feliz hasta que la cruda realidad les golpea y la cría toma conciencia de su fatalidad.
A menudo nos instalamos en una burbuja, solo vemos lo que tenemos cerca y nos aislamos de las desgracias que castigan a medio mundo, entre cuyas principales víctimas, por cierto, hay millones de niños. Por eso es bueno que guiones como el de este filme agiten nuestras conciencias. A lo mejor a eso, a agitar conciencias, puede contribuir la obra de teatro Cuento de Navidad que se representará en diciembre por media isla y que, aunque en una versión un tanto libre, está basada en la novela homónima de Charles Dickens. Ojalá sirva para que la gente conozca más a este escritor y se acerque a algunos de sus títulos.
La figura del niño abandonado y pobre es capital en su literatura. A esa realidad responden títulos míticos como Oliver Twist y David Copperfield. Retrataban la infancia en el Londres de la primera mitad del siglo XIX, una ciudad gris y contaminada en la que vagaban miles de niños huérfanos por las calles. Eran vendidos o alquilados, y eran muy rentables como mano de obra infantil. Limpiaban zapatos, recogían excrementos en la calzada (entonces eran los caballos los que tiraban de los carruajes), iluminaban a los paseantes en la niebla (linkboys) o hacían de deshollinadores. Y muchos no tenían ni 10 años.
Estas obras les podría poner en la piel de muchos niños de hoy, no de hace 200 años. Aquel Londres de Dickens, hostil para el niño, sigue bien vivo en medio mundo. Solo en 2017 murieron 6,3 millones de niños, niñas y adolescentes por causas prevenibles. Cada dos minutos fallece un crío de una enfermedad derivada de la falta de acceso al agua potable y 160 millones de chiquillos sufren retraso en el crecimiento y desnutrición crónica. Ojalá abramos por fin los ojos.
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