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El novedoso debate de siempre

El novedoso debate de siempre

Emilio González Déniz y Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Sé que voy contracorriente, pero estos discursos que hablan de identidad colectiva, idiosincrasia y limitaciones por el estilo cada vez me pillan más lejos. Como si no hubiera claros ejemplos (a veces terribles) en la historia del siglo XX y en la más inmediata que sale en los telediarios, cuando las comunicaciones, el comercio y la vida en general se siente planetaria, hay quien se empeña en crear un reducto diferenciado, sea natural o artificialmente. Hay diferencias, es obvio, pero deberían servir para enriquecer, no para separar, y en Canarias seguramente asistiremos al debate sin final de siempre, a causa de la materialización de ese novedoso Estatuto de Autonomía que me parece solo interesa a los políticos profesionales. De ellos es la culpa porque son los que han hurtado la democracia a sus legítimos dueños, que solo lo son de forma nominal, porque siempre las cosas caen del cielo donde deciden cuatro.

Y ya cansa. Recuerdo el Congreso de Poesía de La Laguna de 1976, la carajera de los intelectuales después del Manifiesto del Hierro, las sesiones de fundación de un sindicato en las que participé, el Congreso de la Cultura que se hizo en los años 80 con el Gobierno de Saavedra, docenas de mesas redondas en Gran canaria, Tenerife y hasta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Siempre el mismo tema, y siempre en el mismo punto. No se avanza, ni se retrocede, ni se evoluciona. De vez en cuando ocurren cosas como que un conocido y reconocido escritor (y querido), venga o no a cuento, empiece a hablar de esbirros, colonialismo y españolismo asesino, sacando a la pista palabras como patria, pueblo y libertad. Puedo compartir muchas cosas de las que se dicen y disentir de otras, pero no entiendo cómo se puede seguir en el mismo punto, cuando la sociedad es distinta, los engarces diferentes y ya no estamos en los años setenta.

Canarias tiene una identidad cambiante, el mestizaje, siempre fue así. Es una sociedad que ha ido asumiendo todas las culturas que nos han llegado incorporándolas a su acervo. Y cada isla ha creado su propio mundo durante quinientos años de aislamiento. Tal vez ahora, con la generalización de las comunicaciones físicas y mediáticas, empiece a ser posible una idea común de Canarias. Pero ni siquiera me molesto en indagar cuál, porque será el propio devenir de las cosas quien lo determine. Y si no, pregunten a los partidos políticos, nacionalistas o no, que llevan cuatro décadas intentando hilvanar un análisis teórico tras otro, y todos se disuelven como un caramelo en la boca de un niño y encima crean caries.

Todo esto es para expresar el hastío ante situaciones que se eternizan porque supongo que en ese alargamiento está la fuente de beneficios de quienes controlan al baile. He llegado al punto de empezar a dudar de la sinceridad de posiciones supuestamente coherentes. Ya no estoy seguro de casi nada, y no es porque tenga vocación de descreído, sino porque nos han mentido tantas veces que la consecuencia es que, como en el cuento de “Pedro y el lobo”, el día que nos digan la verdad (es una hipótesis muy improbable, lo sé) pensaremos que siguen mintiendo.

Cómo será la cosa que, siendo escritor, no tengo la menor idea de si debo decir literatura canaria, en Canarias o de Canarias. Y además, tampoco me preocupa saberlo. Creo sinceramente que los debates son otros, por ejemplo, cómo dar respuesta al envejecimiento de la población, qué hacer con nuestros jóvenes, cómo acabar con la violencia machista, cómo van a financiarse las pensiones del futuro, por qué esos salarios esclavista en tiempos de récords turísticos, de qué manera vamos a parar el inevitable colapso demográfico... Y en eso poco van importar palabras como colonialismo, esbirro, patria o españolismo. Incluso tiemblo cuando oigo hablar de libertad, en cuyo nombre se han cometido las mayores atrocidades cuando sale de la boca del fanatismo o de la tiranía. Y es que las palabras, si no se acompañan con hechos, son siempre una bomba de relojería.

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