El multipartidIsmo y 2023
Si el texto que va a leer a continuación lo hubiera escrito hace dos semanas más o menos, comenzaría diciendo que la legislatura en Canarias quedará determinada por el congreso de CC en mayo. Que el epicentro de la batalla política está en Fuerteventura donde la moción de censura en el Cabildo, con independencia del desenlace del cónclave, se barrunta inevitable. De lo contrario, imperará la quietud hasta 2023 que conlleva potenciales derrotas: el coste de la inercia en la era del multipartidismo.
Ahora regresemos al presente, el coronavirus ha entrado en la coctelera política para no irse; al menos, por un largo tiempo. La cita congresual de CC seguirá siendo importante aunque, de momento, todo apunta a que la organización atará su futuro a Fernando Clavijo. Mario Cabrera dejó pasar una ocasión única, se le fue de las manos y el PSOE se la devolvió con una moción de censura en La Oliva que descabalga el último Ayuntamiento a modo de feudo (si se puede decir así tras la debacle de CC con Clavijo en 2019) de Asamblea Majorera. Si tú no actúas en política, otros lo harán por ti. Es lo que ha sucedido en Fuerteventura.
Concurre el hastío en la ciudadanía a son de la crisis sanitaria. Y el rechazo a la dirección política es mayúsculo. A algunos les gustaría que cuando esta pesadilla acabe, el cabreo se disipara sin más. Sin embargo, luego tocará afrontar una probable recesión económica que recordará las sombras de la de 2008 que supuso un hito intergeneracional en el Viejo Continente. Entonces, todos los líderes del momento (salvo Angela Merkel y Barack Obama al otro lado del Atlántico) acabaron sucumbiendo en las urnas. No eran los culpables directos de un suceso internacional, o en parte sí, pero era igual a efectos de la opinión pública que, como es natural, en periodos adversos donde se sacrifican anhelan (y es humano) endosarles la culpa a alguien. Y ese alguien es el que ostenta el poder en ese instante, sea de izquierda, derecha o ultramontano.
Las emociones juegan un papel vital en la política. Los aplausos y el ardor guerrero sirven para frenar el cansancio de una ciudadanía confinada en sus casas. Pero su repercusión no es indefinida. Los balcones eternamente no valdrán para tapar las responsabilidades políticas. Luego están las caceroladas que un día son contra el rey, otro en respuesta a Pedro Sánchez y el fin de semana, si acaso, de ánimo mutuo. Una especie de montaña rusa de altibajos.
En el multipartidismo y en los Gobiernos de coalición (especialmente si su composición es asimétrica) se corre el riesgo que los réditos electorales (de haberlos) se reparten de forma desigual entre los socios. Esta premisa (que deberían mascullar dentro del Pacto de las Flores) está constatada antes del coronavirus y, a buen seguro, seguirá imperando.
Eso sí, la crisis sanitaria no es un paréntesis sino un hecho disruptivo que ha trastocado todo. Y, guste o no, subyace en todo ello la política. De ahí, que algunos presidentes de comunidades autónomas se hayan desmarcado ante La Moncloa. Porque en medio de esta ruleta de emociones que atañe a la sociedad, Quim Torra o Isabel Díaz Ayuso van enviando mensajes que alteran la agenda informativa. Presupongo que las medidas que plantean (o sus denuncias) las consideran necesarias, y será así, pero a la vez les permite dejar huella de cara a cuando el electorado tenga que revisar (emocionalmente) todo lo sucedido y lo que sobrevendrá, les permita distanciarse, en este caso, de Sánchez.
Lo suyo es que este relato afecte igualmente al Pacto de las Flores. Y que, por lo pronto, quede en nada, más allá del runrún. Entre otras cosas, porque tampoco hay alternativa en cuanto que CC siga apostando por Clavijo sin asumir que estamos en otra dimensión y que si no reaccionan acumularán un desgaste de aquí al 2023 fruto de no haber entendido la irrupción del multipartidismo en 2015. El horizonte político es incierto pero, como diría George Orwell, más incierto para unos que para otros. Cuando esto finalice, qué cerca se sentirá electoralmente 2023. El tiempo vuela.