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Durante demasiado tiempo, a las mujeres no se las ha escuchado ni creído cuando se atrevieron a contar la verdad ante el poder de los hombres. Pero ese tiempo se ha terminado. ¡Su tiempo se ha terminado!».

No son palabras mías, es parte del glorioso discurso de Oprah Winfrey en la gala de los Golden Globes, un alegato contra el acoso sexual que sufren las mujeres, sin distinción, y contra el racismo, que se eleva cuando además se es mujer. La afamada comunicadora estadounidense personificó el grito de esperanza salvadora que millones de mujeres necesitan en el mundo. Porque a todas ellas, da igual la raza, religión, clase social o partido político, les afecta de una u otra manera el acoso del poder, representado en forma de hombre. Con un auditorio emocionado, al borde de las lágrimas, Oprah Winfrey matizó que aunque la industria cinematográfica está en estos momentos representando la denuncia social contra el acoso de hombres poderosos, Hollywood es solo un vocero poderoso de la situación de sometimiento, miedo y degradación que las mujeres sufren. Mujeres «limpiadoras, agricultoras, científicas, empresarias, deportistas, soldados», en todos los campos hay mujeres tienen «hijos que alimentar y facturas que pagar y sueños que hacer realidad». Ayer y hoy. La historia es vieja y se repite en cadena.

Dice Oprah Winfrey que el momento del cambio ha llegado, que se ha terminado el tiempo en el que los acosadores vivían la gloria de la impunidad. Que es hora de creer a las mujeres a la primera. De creer y hacer justicia a mujeres como Recy Taylor, violada en 1944 por una manada de hombres blancos e ignorada por la justicia y la sociedad. Ese matiz, grande, es el que no tengo yo tan claro. Todavía hoy la palabra de una mujer no tiene el mismo valor que la de un hombre. Todavía es la mujer la que debe tener cuidado; comportarse; demostrar el doble; la que aguanta comentarios sexistas, miradas lascivas, sonrisas torcidas, chistes sin gracia, frases amenazadoras; la que sufre violaciones, agresiones sexuales; la que cobra menor salario a igual trabajo; la que asume el cuidado de menores y mayores, la que carga con el trabajo invisible de la casa; las que mueren asesinadas solo por ser mujeres.

Dice Winfrey que los tiempos de acoso silenciado están llegando a su fin. ¡Ojalá! Es verdad que las mujeres están alzando la voz y que los hombres –triste– comienzan a creerlas. Pero queda tanto por hacer. Eso sí, el camino hacia el nuevo día es firme.

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