De turbas y letargo
El delirio parece dispuesto a mantenerse al menos hasta la víspera del Gordo de Navidad, que vaya usted a saber si este año le toca a Cataluña. De todas las consecuencias que se puedan derivar de los sucesos de estos días, la más fascinante es el intento de explicar el motivo por el que miles de personas, en formato masa, llegan a la conclusión de haber fundado una república, y entran en ella, por la puerta de la felicidad, a instalarse en un estado distinto al que gestiona el orden cotidiano del mundo.
Parecía que en las sociedades mas desarrolladas de Europa, esas donde encontró acomodo el capital resultante de la industrialización, se había alcanzado un modelo de organización social avanzado sobre el eje de la globalización, pero resulta que no. Que van creciendo las masas convencidas de la necesidad del deslinde. La ambición cultural más difundida en las últimas décadas pretendía eliminar fronteras, favorecer la libre circulación de ideas, mercancías y personas, y hasta llegó a crear una sola moneda para homologar los intercambios comerciales en un amplio abanico de países. Esa iniciativa parece vencida por las turbas envueltas en colorines.
El modelo federal español ha estado durante décadas encallado. Cuando no era por temor al terrorismo lo fue por el susto de la prima de riesgo. Ahora, la perplejidad ante los acontecimientos catalanes parece capaz de darle una vuelta a la tortilla, paradójicamente revuelta por quienes más provecho han sacado, eh, Jordis, en estos años de desidia.
Canarias tendrá que correr mucho si piensa subirse al tren, aunque no parece urgido el nacionalismo local gobernante. Mientras el Estado contorsiona sus atributos, el letargo insular sigue sin revisar este sistema electoral ultramarino, y se conforma con mejorar la recaudación de sus influencias. Más que interesarse en las mejoras, les preocupa que se altere el chiringuito actual. Porque sobreviven gracias a la dieta del tenderete.
