Con nombres y apellidos
Ultramar. «La emigración es un exilio forzado al que, en cualquier momento, nos pueden abocar» Vicente Llorca
En este tiempo imprevisible, en el que los discursos belicistas vuelven a engordar y, como consecuencia de ellos, en cualquier momento todos podemos vernos siendo protagonistas de una tragedia, como la emigración forzada que sufren hoy millones de personas y ya conocieron, por ejemplo, nuestros abuelos.
En este tiempo en el que los manipuladores se han adueñado de la agenda, de los debates, en el que, en sabia definición de la maestra Soledad Gallego Díaz, proliferan las Armas de Distracción Masiva, con la única pretensión de apartar la atención de donde debería estar, el compañero Nicolás Castellano, periodista teldense de la cadena Ser, especializado en el fenómeno de la inmigración, ha publicado Me llamo Adou, un libro que no es una novela, tampoco una gran aventura, como llaman los sufrientes del largo peregrinar en busca de una vida mejor, sino un gran reportaje, con nombres y rostros por encima de confusas cifras. Genuino periodismo 0.0, en este tiempo de exceso de virtualidad, demasiadas mentiras y pocas verdades. Es la verdadera historia del niño que apareció en el interior de una maleta en la frontera de Ceuta y que conmovió al mundo.
Me llamo Adou es un retrato de este tiempo en el que nos han acostumbrado a cerrar los ojos, a ser indiferentes al dolor ajeno y en el que se impone la fugacidad informativa, el ruido trepidante; pero, en el que también hay personas capaces de imaginar y deseosas de vivir en un mundo mejor.
Nicolás Castellano no ha hecho otra cosa en su libro que contarle a la gente lo que le pasa a la gente, la razón de ser del periodismo, ni más, ni menos. Y bueno, necesario, es saber lo que le pasa a la gente, con nombres y apellidos, para conocer en que mundo vivimos, en el que nos quieren hacer seguir viviendo, en el que la hipocresía de los gobernantes es moneda común y a los que, además, les costeamos con el dinero de todos sus enfermizos afanes de notoriedad.
Luis García Montero lo apunta en el prólogo: a los Estados, regidos por esos virtuosos del cinismo, no les importa asumir su pérdida de soberanía económica en favor de la globalización; sin embargo, paradójicamente, se hinchan de soberbia nacional cuando de sus fronteras se trata, sin importarles entrar en colisión con los convenios internacionales que han firmado para defender los derechos humanos. Y claro, en esta tesitura, los perjudicados siempre son los débiles. Conviene no olvidarlo. Nicolás Castellano nos lo recuerda hablándonos de esa familia que solo aspira a vivir mejor y junta. Como cualquiera de nosotros.
Mal andamos si la legislación impide la reunificación familiar, si ignoramos que la inmigración no es del gusto de nadie, sino un exilio forzado; si el yo, el nosotros y el los otros se imponen sobre el concepto de ciudadano y humanidad. Estamos fallando por demasiadas fronteras.
Una vieja máxima del periodismo inglés aconseja confortar a los afligidos y afligir a los confortados para no perder de vista de donde venimos y donde estamos. Nicolás Castellano lo logra con magisterio, con buen hacer periodístico. Me llamo Adou, en esta época en la que muchos nos quieren distraer y confundir, es el relato de este tiempo, que no podemos dejar de ver, con nombres y apellidos, para que no quepan dudas.