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Blas Cabrera Felipe y la España de las tinieblas

Blas Cabrera Felipe y la España de las tinieblas

Voces, palabras ·

El canario Blas Cabrera Felipe es, también, desposeído de los reconocimientos otorgados por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; de la condición de «buen español»; de las propiedades adquiridas por su trabajo en laboratorios, conferencias, publicaciones, aula…

Sábado, 22 de octubre 2022, 00:03

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El pasado sábado los restos mortales del conejero – lagunero Blas Cabrera Felipe, nuestro frustrado premio nobel de Física (como Pérez Galdós, otro paisano, lo fue de Literatura), recibieron sepultura en La Laguna, allí donde creció y cimentó su formación para, posteriormente, ser el padre de la física española, trascender las fronteras, convertirse en ciudadano universal...

La delegación canaria -discretamente ubicada en segunda fila a petición propia- estuvo formada por el presidente y vicepresidente del Gobierno, portavoces de los grupos políticos presentes en el Parlamento regional, senadores y parlamentarios canarios (y peninsulares residentes), presidentes cabildicios y los más destacados cargos de las correspondientes consejerías de Cultura y Educación.

Fue tan prudente, juicioso y sensato el comportamiento de las autoridades anteriores que, según testigos presenciales, pasaron desapercibidas... incluso para los fotógrafos. (Después, que vengan los criticones de siempre echándoles en cara su protagonismo y afán de notoriedad. ¿¡No fumas, inglés!?) A fin de cuentas familiares, concejales y alcalde laguneros, profesores universitarios, la señora cónsul de México -allí murió en 1945- y ciudadanos admiradores de su obra habían sido los organizadores del acto.

A los veinticinco años Blas Cabrera Felipe ya formó parte de la Sociedad Española de Física y Química, en cuya fundación había participado. Y a los veintisiete (1905) obtuvo la cátedra de Electricidad y Magnetismo en la Universidad Central. Tal precocidad (y empuje de las ciencias en la España de principios del siglo XX) contradice la elocución unamuniana «Que inventen ellos», acaso reafirmación del casticismo español, apego a costumbres, usos… y mantenimiento de tradiciones decimonónicas frente a la revolución que el rigor científico venía imponiendo desde los siglos XVIII - XIX.

Para algunos especialistas Unamuno se refería solo a científicos europeos, no a españoles. Sin embargo no me parece acertada tal concreción, pues el novelista se movió estos iniciales años (luego evolucionaría) entre sus contradicciones (a veces el corazón y la cabeza dicen cosas opuestas), la lucha consigo mismo y su sentido trágico de la vida («¿La vida, ¿merece la pena ser vivida?», se preguntaba). Sospecho, pues, que el avance de las ciencias en España -brillará con la visita de Einstein (1923), premio nobel de Física- no formaba parte de sus esperanzas.

Si Miguel de Unamuno pretendía españolizar Europa, la nombrada Sociedad Española de Física y Química consigue europeizar España, al menos en tal concreto campo de la investigación. Pocos años después el gran desarrollo científico – cultural arraigará de tal manera (la culminación se produjo fundamentalmente durante la II República) que muchos estudiosos hablan de 'Un nuevo Siglo de Oro' también en el pensamiento, literatura, ensayo, derecho, la rigurosa investigación histórica… (Residencia de Estudiantes y Junta de Ampliación de Estudios en contacto con universidades europeas para enviar a jóvenes muy destacados como el mismo Blas Cabrera o dos inmediatos profesores del instituto Pérez Galdós: los catedráticos Pérez Casanova y José Chacón fueron becados -uno a Ginebra y el otro a París- para estudios de ciencias biológicas y psicología fisiológica -La Sorbona-, respectivamente.

Pero la tumba del Cid se estremece y suenan trompetas de guerra. El fascismo actúa apoyado por alemanes e italianos e inicia con las bendiciones de la Iglesia la Santa Cruzada para devolver a España a la Edad Media (definitivamente, Blas Cabrera Felipe no será premio nobel de Física).

Así, la ansiada medievalización del país comienza por las aulas: la Orden ministerial de 1939 arremete contra decenas de profesionales de la enseñanza universitaria por su 'Desafección al nuevo régimen implantado en España […], por su pertinaz política antinacionalista y antiespañola en los tiempos precedentes al Glorioso Movimiento Nacional. La evidencia de sus conductas perniciosas para el país hace totalmente inútiles las garantías procesales [...]'. (Lo invito, estimado lector, a que relea las líneas inmediatamente anteriores publicadas por el BOE: no hubo elementales garantías procesales, no se escuchó a los profesores incluidos en la lista. Simplemente, el Ministerio decide separarlos del servicio y darlos de baja.)

El canario Blas Cabrera Felipe es, también, desposeído de los reconocimientos otorgados por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; de la condición de «buen español»; de las propiedades adquiridas por su trabajo en laboratorios, conferencias, publicaciones, aula… Sospecho que también de su sillón (I) en la Real Academia Española ocupado en enero de 1936 tras la muerte de Santiago Ramón y Cajal. (Por cierto: este lo animó en Madrid a abandonar los estudios de Derecho para matricularse en la Facultad de Ciencias.)

Blas Cabrera Felipe había acompañado a Albert Einstein durante su estancia en Madrid (1923). Pero, ¿qué hacía el premio nobel en España, a qué se debió su visita? Einstein tenía gran interés, pues era conocedor de los avances logrados por científicos españoles. Y uno de ellos, precisamente, era nuestro paisano. Su trabajo de investigación -conferencias, artículos- para el futuro libro 'Principio de relatividad' (publicado en 1923) le había interesado al premio nobel. Desde once años atrás se habían conocido en Zúrich (enviado por la Junta de Ampliación de Estudios), desde donde arrancó su prestigio internacional.

Pero la España cavernaria, fanática, dominada por los hoy llamados integrismos yijadistas -y vencedora de la Guerra Civil- jamás le perdonó al ilustre canario que abandonara dogmas, credos religiosos, condicionantes culturales: la razón, nuevamente, frente a la fe. La duda científica frente al credo. La experimentación frente a la irracionalidad.

Nada nuevo, por otra parte. Otro paisano, Gregorio Chil y Naranjo, también había padecido los embates de la intolerancia, el mismo fanatismo, igual integrismo. Fue en 1876 cuando el obispo de la diócesis de Canarias -«Los sacerdotes del oscurantismo excomulgan al sacerdote de la Ciencia», escribió Villaba Herbás- denuncia públicamente al científico y prohíbe la presencia de su obra («Parto nocivo de perniciosas enseñanza») en los hogares cristianos de todas las Islas. Fue la aceptación de la teoría darwinista la que dio lugar a la condena de Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias, producto de sus investigaciones tras varios años en universidades francesas.

(¡Y hay -ay- quienes añoran…!)

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