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A ver qué pasa

«Ahora con el coronavirus, volvemos a encomendarnos a mamá naturaleza a ver si se salva el turismo»

Sábado, 7 de marzo 2020, 08:00

Hace justo una semana más de cien mil personas se botaban a la calle en la capital grancanaria para hacer realidad el acto más festivo, genuino y carnavalero de estas fiestas invernales. Desorden, bullicio, atrevimiento, descaro, griterío, despendole se citaron, como es uso y costumbre, en esa cabalgata. De punta a punta de la ciudad las descaradas mascaritas derrocharon alegría, divertimento, sin reparar en gastos. La ciudadanía volvió a ser la reina del carnaval, ese que no se encorseta en un escenario. Serpenteó dicharachera por la zona baja y se entregó con entusiasmo.

Pero ni así, ni siquiera en carnaval, podemos ocultar las realidades sangrantes que conviven en esta urbe, divertida y parrandera pero también testigo de dramas que no podemos invisibilizar. Avanzaba la cabalgata a la altura de la Casa del Marino, uno de los emblemas arquitectónicos de esta ciudad, no lo suficientemente enaltecido, cuando no descuidado, obra de Miguel Martín Fernández de la Torre, y sometido a mil usos, ahora también centro de acogida de migrantes.

Allí, en la plaza que sirve de entrada a esta hermosa edificación, un pequeño grupo de jóvenes subsaharianos llegados recientemente en patera, ellos en una parte, ellas en otra, pasaban la tarde en silencio. Ni la escandalera de las carrozas, ni las locuras de las mascaritas que transitaban a unos pocos metros de ellos, les sacaban del mutismo, ni les arrancaban una sonrisa. ¡Cuanto silencio! Solo un sufrimiento inimaginable puede explicar ese mutismo ante tanta alegría. Dos realidades, dos contrapuntos, dos mundos, uno derrochador y otro miseriento, en apenas unos pocos metros.

Los hay que quieren que no los veamos, los utilizan como arma arrojadiza para obtener beneficios políticos, sin importarles suspender el derecho de asilo, algo insólito en Europa, lanzar bombas de humo a los niños, disparar a los que intentan pasar la frontera, acosar virulentamente sus precarias barcas, devolverlos a países en guerra, o alojarlos en lugares cuasi insalubres, como ha ocurrido estos días en Grecia, Turquía o en estas tierras nuestras; pero, ahí siguen recordándonos las desvergüenzas de este mundo acomodado y ahora plagado de incertidumbres a cuenta de un virus que puede poner todo lo actual en solfa.

Por cierto, ¿cuantos avisos más necesitan? Otra vez, ahora con el coronavirus, volvemos a encomendarnos a mamá naturaleza y a esperar que pase pronto para que la afección en el turismo, el monocultivo, sea la menor posible. Mucho bla, bla, bla, con la diversificación económica, la soberanía alimentaria, las energías limpias, la economía azul, el I+D+i, etc, etc, pero continuamos sin apostar por ella decidida y materialmente. Seguimos en el a ver qué pasa.

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