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John le Carré. Efe
Un espía perfecto

Un espía perfecto

A la última ·

Lunes, 14 de diciembre 2020, 23:05

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Marta Sanz me dijo una vez que los escritores nos dividíamos en tres escuelas: están los creadores, cuyo genio indomable lo arrasa todo como un torrente de agua embarrada; los productores, que dominan los vericuetos del mercado para ofrecer al consumidor de libros exactamente lo que anda buscando; y los constructores, que levantan tramas, personajes y artificios con los ladrillos de la atención, la paleta del análisis y la argamasa del tiempo. Estos días, el gremio de constructores literarios estamos de luto: el británico John le Carré ha dejado tras de sí, a sus ochenta y nueve años, millones de lectores huérfanos y el cadáver de un siglo que ha muerto con él. Le Carré -seudónimo de David Cornwell- no sólo fue el maestro de un género, la novela de espionaje, cuyas reglas puso patas arriba en connivencia con el escurridizo fantasma de la Guerra Fría; sino que también se erigió como un escritor moderno, de trazo elegante y prosa concienzuda, a quien -como a tantos otros- el éxito comercial mantuvo alejado de casi todos los grandes galardones que, en virtud de su talento, sin duda habría merecido.

Si el cuerpo les pide un homenaje y no saben por dónde empezar, dejen que les sugiera un par de títulos. El primer libro de John le Carré que cayó en mis manos fue 'El topo' (1974). Yo debía de rondar los quince, y al toparme con George Smiley -aquel tipo tan honrado, tan aburrido, tan poquita cosa- me di cuenta de que para ser protagonista de la propia vida no hace falta llevar una vida de protagonista. Y la que para mí es su mejor obra y una de las mejores novelas que he leído -'Un espía perfecto' (1986)- me mostró, muchos años más tarde, que la perfección casi nunca es deseable.

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