Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La actual situación política parece un guión perfectamente medido en tiempos, personajes e intensidades, que se ha representado demasiadas veces. Es como si estuviésemos condenados a hablar unos encima de otros y bloquear cualquier avance, repetir la misma secuencia de hechos para volver una y otra vez al punto de partida, lo cual siempre beneficia a quienes llevan siglos teniendo la sartén por el mango y el mango también. Existe en este país una facilidad escalofriante para enredarlo todo, y eso que antes era asunto de barras de bares de pueblo, casinos provincianos y rimbombantes cenáculos capitalinos (al cabo es lo mismo), ahora lo sufrimos también en los medios de comunicación. Cuando, por casualidad o por milagro, hay algo en lo que hay acuerdo de una aplastante mayoría, surge alguien que tira una china al estanque, y la onda que origina al caer acaba siendo la ola de un tsunami. Y el griterío nunca puede alumbrar solución ni acuerdo posible.

Lo que ocurre hoy en España está perfectamente contado en varias novelas de Benito Pérez Galdós, que ya basaba sus ficciones en antecedentes reales. Si se hubieran adjudicado los papeles de don Inocencio, el canónigo penitenciario de las tertulias de la casa de Doña Perfecta, de Pepito Rey, sobrino de la señora y hombre viajado por Europa que ponía en solfa aquella España, la propia dueña de la casa como terrateniente poderosa y los seguidores encargados del trabajo sucio, no les habría salido tan redondo. Y es que hay entrenamiento, suelen hacerlo un par de veces cada siglo (a veces más). De esta manera, seguimos en el mismo rellano de la escalera del progreso que hace... bueno, que siempre. No sé si es costumbre, genética, climatología o simplemente mala suerte, pero seguimos en el charco de toda la vida.

Me niego a creer que España sea un país peor que otros muchos que han marcado la historia de Europa. En todas partes cuecen habas, y nadie se salva de momentos oscuros. Pensamos en la postración de Suecia hace un siglo y en cómo ha conseguido sacar la cabeza y convertirse en un país admirado, aunque también tenga sus sombras entre tantas luces. Hay países que han tocado el infierno, pues no se puede caer más bajo que la Alemania nazi, y han sabido salir de ese agujero y volver a ocupar el podio de los liderazgos. Y así ha ocurrido en otros estados en momentos puntuales, pero en ninguno reincide con tanta contumacia como España. Está el caso de la sufrida Polonia, pero casi siempre ha sido por causas externas, su situación geográfica la ha perjudicado, a veces hasta casi el exterminio (Guerra de los Treinta Años). Un estado de crispación permanente solo tiene parangón en Los Balcanes, donde se cruzan problemas raciales, religiosos, económicos y estratégicos. Y surge la pregunta: ¿es que España es de parecida constitución? La respuesta para mí es NO, ni de lejos, y precisamente aquella España de judíos, moros y cristianos fue incluso ejemplar en algunos momentos.

Entonces, ¿cuál es el problema de España? Ya han intentado buscar una respuesta o al menos reformular la pregunta Ortega y Gasset y María Zambrano desde la Filosofía, Américo Castro y Juan Marichal desde la Historia, Antonio Machado desde el pensamiento poético, y desde distintas sensibilidades y disciplinas, Unamuno, el mencionado Galdós, Joaquín Costa y docenas de mentes preocupadas por esta enfermedad interna de los españoles. Cervantes trata de definir aquella España con la mirada de don Quijote y García Lorca desde la conciencia de las muchas diversidades. ¿Por qué entonces ese permanente griterío que a veces no deja escuchar las propias palabras? Estoy convencido de que algunos se asustarían de sí mismos si se parasen a entender las palabras que lanzan hacia los otros como proyectiles. Siempre hay un tema que rescata o reinventa las dos Españas machadianas. La deducción que me viene a la mente es muy obvia: los del dichoso mango de la sartén no ceden un milímetro, y el griterío sirve para que ellos sigan con los abusos, las ventajas y los privilegios. La política ha caído en brazos de esos poderes económicos, que a menudo se disfrazan de otra cosa, y así vemos que incluso cambian el collar, pero el perro es el mismo.

(*) Supongo que queda explicado por qué no pienso gastar ni una mínima oración simple en el “y tú más” de este verano.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios