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De excursión al punto limpio

«Se redactan planes estratégicos que pronto son ya una vieja máquina acumulada en el trastero»

Jueves, 1 de enero 1970

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La sociedad de consumo nos transforma en chatarreros sin corazón. Vamos acumulando cosas que en su momento se disfrazaron de imprescindibles, pero que con el tiempo descubrimos que no sirven para nada, excepto para alimentar un compulsivo síndrome de Diógenes que nos entierra entre desperdicios. Y un día, sin previo aviso, decidimos hacer limpieza: de excursión al punto limpio con todos aquellos planes «fruto del consenso» con los que íbamos a salvar el mundo y que ahora carecen de sentido. Urge dejar espacio en los cajones para nuevos «documentos históricos» con los que afrontar la reconstrucción del país, la creación de empleo de calidad o el cambio climático. ¡Ya habrá tiempo de volver a reciclar más adelante!

Los gobiernos y los partidos políticos que lo sustentan se han convertido en especialistas en redactar, pactar y firmar planes estratégicos que siempre acaban convirtiéndose en la vieja máquina abandonada en el trastero. Tras «muchas» reuniones con empresarios, sindicatos y toda aquella organización que aporte una foto, convocan una rueda de prensa para presentar como revolucionario electrodoméstico un plan sin ficha financiera y sin objetivos temporales que está hecho con los viejos cables del televisor que abandonamos años antes. «Tiene otra conexión para HDMI», nos cuenta el vendedor mientras hacemos un esfuerzo por recordar cuándo utilizamos por última vez un cable desde que aterrizó la magia del bluetooth.

Ya en casa, felices con la compra, encendemos el aparato y vamos pasando por los mismos canales de siempre. «Compromiso para acabar con el trabajo precario», «apuesta por los sectores de nueva tecnología», «ayudas para la industria y el empleo cualificado», «medidas de respaldo al turismo de calidad», «incentivos a la economía azul», «fondos ligados al cuidado del medioambiente», «protección de la igualdad de géneros en las empresas»...Palabrería que vuelve a nuestro salón por mucho que ahora se reparta la basura en contenedores azul, verde y amarillo.

Pero el consumo, como muchas otras cosas del siglo XXI, tiene un ciclo de vida bien corto. Antes las cosas se fabricaban para durar como mínimo diez años y ahora la biografía de un producto se escribe en pocas líneas: justo las que necesita el gobierno de turno para hacer limpieza otra vez, declarar que hay que renovar el mobiliario y emprender de nuevo el camino al punto limpio. Atrás quedan los grandes planes obsoletos, volvamos al diálogo, a tender la mano a todos para sellar un reluciente «compromiso social para afrontar juntos un nuevo futuro». Porquería, la justa.

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