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El hombre suele hacer honor a sus tradiciones milenarias sin cuestionarse el sentido de las mismas, olvidando el camino que hemos recorrido desde entonces. La religión o rancias fiestas populares jamás deben de estar por encima de la integridad de las personas, y muchos somos los que pensamos que tampoco deben estar por encima de otros seres vivos.

Las indignas y consentidas peleas de gallos o de perros en las islas o las corridas de toros en España y Latinoamérica son divertiventos crueles que, más pronto que tarde, deben tocar a su fin. El matador Jesús de Fariña ha sido la última víctima de un espectáculo sangriento y vil que solo ellos califican de arte. Tan innecesaria era su muerte como injustificada su profesión. Hipócritas y cómplices los políticos que miran para otro lado...

Los rituales religiosos y tradicionales que incluyen el sacrificio de animales siguen estando también muy presentes en nuestra sociedad enferma, estando muchos de ellos socialmente aceptados. Comprender que no estamos moralmente legitimados para quitarle por capricho la vida a otro animal, lícita o ilícitamente, ayudará a erradicar la visión de los animales como meros objetos o instrumentos al servicio de nuestra especie.

El fruto de la fe de los numerosos creyentes nos condena a todos a respirar podredumbre. Las costas, las playas, cualquier esquina, hasta los parques más céntricos, son objeto de estas prácticas vomitivas heredadas de nuestros ancestros. Atentos mañana a la noche de San Juan, que además de festiva, es también fecha de conjuros de brujas y demás charlatanes que sacrifican animales para atraer la suerte o desear lo peor a otros.

Todas esta actitudes definen mentalidades enfermas, personas sin empatía, a una sociedad anclada en el pasado que cosifica a todos seres vivos. Tener una mascota es una responsabilidad enorme que muchos ciudadanos no comprenden o no terminan de asumir. En una sociedad en la que, cada vez, todo es más de usar y tirar, los animales han pasado a ser un juguete que nos concedemos o un regalo para los más pequeños de la casa. Una ilusión que, sobre todo en el caso de los perros, tiene los días contados. Aquel cachorro adorable que hacía las delicias de todos en Navidad se ha convertido, meses después, en un enorme perro que necesita toda la atención. Por eso ahora comienza la época de más abandonos.

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