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25N, silencio roto

25N, silencio roto

«Las generaciones jóvenes reproducen en buena medida los comportamientos machistas, de forma similar a las que fueron educadas en concepciones autoritarias»

Jueves, 1 de enero 1970

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Me gustaría, sinceramente, que no existiera esta conmemoración, que no hubiera razón alguna para celebrarla. Que, en fin, no fuera necesario dedicar un día, el 25 de noviembre, para recordar y denunciar la violencia que se ejerce contra las mujeres en todos los rincones del planeta. Y, sin embargo, estoy convencido de que nos quedan muchos 25N por delante, que habrá que seguir bregando con insistencia para superar esta lacra vergonzosa que no es fruto de la casualidad ni de ninguna enfermedad, sino del profundo machismo que aún pervive y que se encuentra inserto en todas las esferas de la sociedad.

Los datos que ofrece Naciones Unidas indican que el 35% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia física y sexual a lo largo de su vida, y que hasta el 38% de los asesinatos de mujeres han sido cometidos por sus propias parejas. Más cerca, los datos del Ministerio del Interior son, también, alarmantes: la violencia sexual se ha incrementado en Canarias un 19,6% con respecto al año pasado.

Para el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, la violencia contra las mujeres y las niñas «en todas sus formas es la manifestación de una profunda falta de respeto, una incapacidad de los hombres para reconocer la igualdad y la dignidad inherentes a las mujeres». Asegurando que cientos de millones de mujeres y niñas en todo el mundo son víctimas del abuso sexual y de las distintas formas de violencia.

En esa línea, dirigentes de Naciones Unidas destacan, asimismo, que hay que «modificar la cultura dominante y pasar de cuestionar la credibilidad de las víctimas a responsabilizar a los autores de las agresiones y crímenes», transformando las estructuras y culturas que sustentan el acoso sexual y la violencia de género. Es decir, justo lo contrario de alguna sentencia del período más reciente y, especialmente, del impresentable voto particular de uno de los jueces del caso de La Manada, que transparentaba su ideología profundamente misógina y que le debería inhabilitar para realizar su tarea profesional.

machismo. Y es que el machismo, el que se encuentra detrás del acoso, las vejaciones callejeras, las violaciones, los malos tratos y los asesinatos de mujeres, está, como señalaba al principio, muy presente en todos los ámbitos sociales, también en la judicatura. Pero no menos en la Iglesia Católica y en el conjunto de las religiones, que continúan marginando a las mujeres, limitando sus derechos sexuales y reproductivos o impidiendo su participación en los órganos de dirección e incluso en la base de estas; también en los ejércitos, en el mundo laboral o en el deporte.

La educación es uno de los pilares sobre los que se debe sustentar ese cambio en las conciencias y en los comportamientos cotidianos. Es esencial reivindicar desde el sistema educativo una educación para la ciudadanía que tenga entre sus principales objetivos potenciar los valores de igualdad entre hombres y mujeres, desterrando cualquier comportamiento discriminatorio y, por supuesto, mostrando que la violencia nunca debe ser la forma de resolver los conflictos interpersonales.

Pero algo está fallando: las generaciones jóvenes reproducen en buena medida los comportamientos machistas, de forma similar a las que fueron educadas en concepciones autoritarias y alejadas de cualquier atisbo de igualdad entre mujeres y hombres. Los chicos pretenden controlar a sus parejas. Se repiten los abusos y malos tratos. Estamos aún muy lejos de alcanzar un mundo de igualdad.

Cierto es que las cosas han cambiado en las últimas décadas, que gracias al empuje del movimiento feminista lo que estaba oculto, en la esfera privada, hoy forma parte de la agenda pública. Que ya no vale la justificación de «crímenes pasionales» que daba carta libre a los asesinos de mujeres. Que cada vez más mujeres se atreven a denunciar los malos tratos y a tratar de escapar del calvario que supone sus relaciones de pareja. O el acoso laboral y las agresiones callejeras.

barbarie. ¿Y en el otro lado? ¿Qué pasa con los hombres? ¿Podemos permanecer completamente impasibles ante semejante barbarie? ¿Se justifica que miremos para otro lado y que no nos impliquemos en la corrección de un agravio histórico hacia la mitad de la humanidad? Hay distintas actitudes y las más justas e igualitarias se abren paso muy poco a poco, con demasiada lentitud, sin duda. Incluso con algunas asociaciones de hombres que pregonan la lucha contra el patriarcado.

Y está la otra y cruel realidad. Para los hombres embriagados con el más brutal machismo resultan intolerables los cambios experimentados por las sociedades modernas, el papel cada vez más relevante de las mujeres en el mundo laboral, empresarial, político, cultural o deportivo.

Y, sobre todo, son incapaces de asimilar que una mujer piense y tome decisiones autónomamente, sin pedirles permiso. Y, especialmente, que en el ejercicio de su libertad dé por terminada una relación que no le satisface y que, en muchos casos, está destruyendo su vida. «Si no es mía, no es de nadie», piensan estos varones para los que las mujeres son un simple objeto de su propiedad, como el coche, el móvil, la casa o el equipo de música. Y, en consecuencia, creen estar en condiciones justificadas de poder decidir sobre su libertad, restringiendo sus amistades o la forma en que se visten; y en los casos más extremos, que no son pocos, agrediéndolas y acabando con sus vidas.

La resistencia a los vientos de cambio es muy visible en las redes sociales, donde se respira la agresiva actitud de muchos hombres que no están dispuestos a renunciar a ninguno de sus privilegios ni a modificar ninguna de sus actitudes, incluidas las que suponen el mayor desprecio a la libertad, la dignidad y la vida de las mujeres. Su rechazo frontal a los cambios que incidan en mayores niveles de igualdad, su más que latente misoginia, resulta difícil de entender y de soportar. Muchos son, da pavor leerles, auténticos profesionales del odio que coinciden, oh casualidad, con extremistas políticos de las derechas más cavernarias y ultramontanas. Las mujeres y, sobre todo, las que se plantan defendiendo la igualdad, constituyen uno de sus principales objetivos. Suelen ser racistas y xenófobos, pero también profundamente machistas y misóginos.

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