Trump inicia una histórica visita de Estado al Reino Unido empañada por las protestas
La familia real británica recibió al presidente deEE UU y a su esposa, Melania, mientras miles de personas rechazaban su presencia en Londres
Ivannia Salazar
Londres
Miércoles, 17 de septiembre 2025, 13:17
«Vais a tener unas fotos magníficas hoy. Será un hermoso evento. Todos lo esperan con entusiasmo, y nosotros simplemente vamos a relajarnos y pasar ... un buen rato». Con estas palabras, el presidente estadounidense, Donald Trump, mostró su emoción a los periodistas que lo acompañaban en el Air Force One, mientras cruzaba el Atlántico rumbo a Londres el martes, anticipando así el tono con el que afronta su segunda visita de Estado al Reino Unido, un acontecimiento sin precedentes en la historia de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
El miércoles, poco antes del mediodía, empezó la agenda oficial, con el helicóptero presidencial descendiendo sobre el Walled Garden del Castillo de Windsor. Los príncipes de Gales, Guillermo y Catalina, avanzaron con paso firme para recibir al matrimonio Trump. En ese instante, dos salvas de artillería resonaron de manera sincronizada: una desde el Home Park, a cargo de la King's Troop Royal Horse Artillery, y otra desde la Torre de Londres, disparada por la Honourable Artillery Company. Era la señal inequívoca de que se ponía en marcha una jornada cuidadosamente coreografiada para mostrar la solidez de la llamada «relación especial».
Trump descendió del aparato con gesto satisfecho, a sabiendas del baño de pompa y boato que le esperaba a continuación, estrechó la mano del príncipe Guillermo y se dejó guiar hacia Victoria House. Allí lo esperaban el rey Carlos III y la reina Camila, en una escena que siguió al pie de la letra el protocolo de las visitas de Estado.
A continuación, comenzó el tramo más vistoso de la mañana. El presidente y el monarca compartieron carruaje en una procesión a través de los terrenos de Windsor Estate. Tras ellos, en otro vehículo, viajaban la reina Camila y Melania Trump. Más de 1.300 militares británicos, entre efectivos de la Marina Real, el Ejército de Tierra y la Real Fuerza Aérea, participaron en la ceremonia, que incluyó la inspección de la guardia de honor sobre la alfombra roja del East Lawn. El despliegue superó en magnitud a anteriores recepciones oficiales, con un claro propósito de proyección internacional: ofrecer imágenes que refuercen la continuidad de una alianza política y militar de más de siete décadas, sobre todo en momentos de incertidumbre geopolítica.
El contraste entre el interior y el exterior del castillo fue, sin embargo, evidente. Mientras el rey y el presidente caminaban juntos, intercambiaban palabras e incluso reían al terminar la inspección, un grupo de manifestantes se congregaba a las puertas de Windsor con pancartas que recordaban la relación de Trump con Jeffrey Epstein, el financiero condenado por delitos sexuales. La víspera, activistas habían proyectado sobre una de las torres del castillo imágenes del presidente junto a Epstein, mientras que este miércoles, grupos de simpatizantes también ondearon banderas con lemas de campaña como 'Make America Great Again' y portaron las características gorras rojas. La coexistencia de muestras de apoyo y rechazo reflejó la polarización que rodea a la figura de Trump, incluso a miles de kilómetros de Washington.
La seguridad en torno al castillo fue un «escudo de acero«, debido a la gran valla colocada alrededor. Además, cientos de agentes se desplegaron en las calles de Windsor, con controles reforzados en cada acceso y dispositivos aéreos de vigilancia, que formaban parte de un operativo no visto antes en la residencia real, ni siquiera durante visitas de otros mandatarios.
El programa oficial incluyó una visita a la Green Drawing Room, donde Carlos III mostró a su invitado una selección de piezas de la Royal Collection vinculadas a la historia de Estados Unidos, como las primeras ediciones de relatos coloniales de John Smith, cartas de George III sobre la «rebeldía» de las colonias en 1774 y mapas militares de la guerra de independencia. Entre los objetos más llamativos figura el ensayo manuscrito 'America is Lost', en el que el monarca reflexionaba en 1784 sobre la pérdida de las colonias y expresaba su confianza en que, como amigos, los estadounidenses ofrecerían más beneficios comerciales que como súbditos. «Una gente libre, laboriosa porque es libre, y rica porque es laboriosa, se convierte inmediatamente en un mercado para los productos de la Madre Patria», escribía el rey, según la descripción facilitada por la Royal Collection Trust.
Después, Trump y su esposa depositaron una ofrenda floral en la tumba de Isabel II, situada en la capilla de San Jorge. El acto, de carácter privado, estuvo acompañado por un breve recital del coro de la capilla. El gesto fue interpretado como un reconocimiento personal del presidente hacia la monarca fallecida en 2022, con quien mantuvo un encuentro durante su primera visita de Estado en el 2019.
Por la tarde, en el East Lawn, se celebró la ceremonia conocida como Beating Retreat, un despliegue musical y militar que concluyó con un sobrevuelo combinado de cazas F-35 británicos y estadounidenses junto a la patrulla acrobática de los Red Arrows. Posteriormente, en el St. George's Hall del castillo, se ofreció el banquete de Estado. Los discursos de apertura, pronunciados por Carlos III y Donald Trump, insistieron en la fortaleza de los lazos transatlánticos, que también quedó simbolizada en el intercambio de varios presentes. Entre ellos, el estadounidense entregó al monarca una réplica de la espada de Eisenhower como símbolo de la cooperación durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que el rey le obsequió un volumen encuadernado en cuero para conmemorar el 250 aniversario de la Declaración de Independencia, así como la bandera que ondeó en Buckingham Palace el día de la segunda investidura de Trump.
La jornada transcurrió así en calma y con gestos de amistad entre bambalinas, pero bajo una tensión constante fuera. En Londres, la coalición Stop Trump convocó una protesta en la que participaron miles de personas de organizaciones ecologistas, defensores de derechos humanos, sindicatos, colectivos feministas y organizaciones pro Palestina. «Protestamos no sólo por su relación con Epstein, sino también por su negacionismo climático y por las violaciones de derechos en su política exterior», explicó un portavoz.
La protesta comenzó a primera hora de la tarde en las inmediaciones de la sede de la BBC, donde se desplegaron pancartas con lemas como «No al racismo», «Detengan a Trump, detengan al fascismo», «Dejen de armar a Israel» y «Que los contaminadores paguen». En paralelo, surgieron consignas satíricas como «Las vidas naranjas importan», «Lárgate, Donald» y «Denlo de comer a los corgis», los perros favoritos de la fallecida reina Isabel II. Muchos asistentes llevaron consigo versiones portátiles del famoso globo Baby Trump, un dirigible que en 2019 se convirtió en icono visual del rechazo al presidente estadounidense.
La magnitud de la protesta obligó a un despliegue policial extraordinario. Según informó la Policía Metropolitana, se destinaron más de 1.600 agentes, incluidos 500 llegados desde otras fuerzas regionales. La subcomisaria adjunta Louise Puddefoot reconoció que se trataba de «otro día intenso» para los agentes y aseguró que la institución había mantenido un contacto «estrecho» con los organizadores, a quienes pidió «consideración hacia la comunidad local» y que trataran de reducir el impacto en la vida cotidiana de la capital.
La marcha se detuvo ante Downing Street, protegido por fuerzas procedentes de Gales e Irlanda del Norte, antes de continuar hacia Parliament Square. Allí se levantó un escenario en el que se combinaron actuaciones musicales, como la del cantautor Billy Bragg, con discursos políticos y sociales. Entre los oradores se encontraban los exdiputados laboristas Jeremy Corbyn y Zarah Sultana, el humorista Nish Kumar y Zack Polanski, líder de los Verdes.
La sombra de Epstein sobrevuela la visita del magnate, con Mandelson destituido y el príncipe Andrés fuera del protocolo
La solemnidad de los fastos por la visita de Donald Trump ha quedado atravesada por un eco incómodo: el recuerdo de Jeffrey Epstein. El nombre del magnate, fallecido en prisión en 2019 mientras esperaba juicio por tráfico sexual de menores, vuelve a proyectarse, esta vez literalmente, sobre los muros del castillo. Y es que el martes por la noche, tras la llegada del presidente estadounidense al país, un grupo de activistas proyectó imágenes en una de sus torres del magnate junto a Epstein, recortes de prensa sobre el caso y una supuesta carta de felicitación firmada por Trump, una protesta que se saldó con la detención de cuatro personas y que recordó que el pasado común de ambos, aunque nunca derivó en acusaciones formales contra el mandatario, sigue siendo un asunto de escrutinio público.
La figura del príncipe Andrés constituye otro frente sensible. Su amistad con Epstein está acreditada en múltiples testimonios y fotografías, y fue objeto de un acuerdo judicial en Estados Unidos en 2022. El duque de York alcanzó un acuerdo extrajudicial con Virginia Giuffre, una de las víctimas de Epstein, que lo había acusado de abusos cuando era menor y que además volvió a los titulares tras su suicidio hace unos meses. El monto del arreglo, según la prensa local, se estimó en varios millones de libras, aunque no implicó reconocimiento de culpabilidad. La consecuencia institucional de esa relación para Andrés es que está apartado de los actos oficiales, ha desaparecido por completo del protocolo central de la monarquía. En la visita actual, mientras los miembros principales de la familia real se han dejado ver en los actos protocolarios, Andrés permanece ausente, confirmando una exclusión que ahora es la norma.
El tercer frente es Peter Mandelson. El laborista, nombrado embajador británico en Washington en diciembre de 2024, fue destituido el 11 de septiembre tras hacerse públicos unos correos electrónicos que revelaban una relación con Epstein más estrecha de lo que se había reconocido. En uno de esos mensajes, Mandelson escribió a Epstein tras su primera condena en 2008 para animarle a impugnar la sentencia, sugiriendo que había sido «equivocada». El propio Mandelson admitió después que había mantenido el vínculo «mucho más tiempo del que debía» y describió a Epstein como «un criminal carismático y mentiroso», aunque en otro momento lo había llamado «mi mejor amigo». Los medios locales revelaron que su nombramiento se produjo sin el proceso completo de evaluación de seguridad del Ministerio de Exteriores, lo que alimentó la controversia, y en los Comunes se llamó a una sesión extraordinaria sobre el tema. Mandelson había aparecido varias veces en la libreta de contactos de Epstein, según documentos judiciales divulgados tras la muerte del magnate, y su nombre también figuró en los registros de vuelo de su avión privado, conocido como el 'Lolita Express'.
La crisis derivada de Mandelson ha puesto en graves aprietos al primer ministro Keir Starmer. La oposición conservadora y varios medios cuestionan por qué el Gobierno siguió adelante con su nombramiento sin esperar a que concluyera el proceso de verificación de seguridad, y Starmer acabó reconociendo en el Parlamento que las nuevas pruebas revelaban «una profundidad materialmente distinta» en la relación de Mandelson con Epstein respecto a lo que se conocía entonces. Sin embargo, persisten dudas sobre si él, y otros cargos en Downing Street, tenían ya información suficiente para prever los riesgos de ese nombramiento. El debate político se centra ahora en los mecanismos de supervisión y en la necesidad de reforzar los controles para los cargos diplomáticos de mayor relevancia, pero la oposición sigue pidiendo claridad al premier, que se ha enfrentado a críticas incluso dentro de sus propias filas.
Así, la segunda visita de Estado de Trump, concebida para mostrar fortaleza y unidad entre dos aliados históricos, se desarrolla este miércoles y jueves bajo un relato paralelo en el que tres figuras centrales de ambos países, el propio presidente estadounidense, el príncipe Andrés y el ya ex embajador Peter Mandelson, están relacionados gracias a la sombra persistente de Jeffrey Epstein. La pompa ceremonial y el simbolismo protocolario intentan marcar el paso, pero la memoria del escándalo sexual del magnate y sus amigos vuelve a situarse en el centro de la escena mediática.
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