Y siguen esperando
Hay viajes que se emprenden con mochilas cargadas de esperanza. Así fue el primero que hice como redactora de CANARIAS7. Era abril de 1997 y el director me preguntó si quería ir a los campamentos de refugiados de Tinduf, donde sobrevivía un pueblo que llevaba 21 años fuera de su tierra. Y claro, dije sí. El acontecimiento mereció que medios de comunicación de todo el mundo acudieran a la llamada desde el duro desierto del sur argelino: James Baker, exsecretario de Estado de EEUU y emisario personal del secretario general de la ONU para solucionar el enquistado conflicto del Sáhara, iba a visitar los campamentos y a reunirse con los dirigentes de la RASD con el fin de alumbrar una salida justa para un pueblo muy unido a Canarias. Esta vez, por fin, sí parecía abrirse una vía para cumplir los mandatos de Naciones Unidas y aplicar el plan de paz firmado en 1991 tras el alto el fuego acordado entre el Frente Polisario y Marruecos, un plan de paz que contemplaba la celebración de un referéndum de autodeterminación.
Los saharauis dieron la bienvenida a míster Baker en Smara desplegando en medio de la nada color, alegría y mucha esperanza. «Van a ir a recibirle hasta las cabras», me anunció Fátima, la guía de nuestro grupo durante los tres intensos días en los que aprendí cómo se puede vivir con dignidad en las condiciones más precarias. Ahí estaban sus colegios y hospitales de adobe, sus acogedoras jaimas. Recuerdo que llevé unas botas de ciudad muy poco apropiadas para el desierto y la mirada muy abierta. Tenía 26 años y mi carrera como periodista prácticamente acababa de empezar. Guardo con mucho cariño una foto en blanco y negro con un grupo de mujeres que me encasquetaron una melfa y me pintaron con henna. Pareces una de nosotras, me dijeron. Pero no. Yo volví a mi cómoda casa y a la redacción con la responsabilidad de contar con fidelidad lo que había visto. La crónica en nuestro dominical, el Siete días, la titulé Saharauis, un pueblo que espera. Hoy, 16 años después, podría poner el mismo.
