Vegueta noctámbula

Pero volvamos a la noche del sábado. Unas bocacalles más allá de donde fuma el grupo alcalino, están Jessica y Sole, ambas de 25 años. Para las dos esta es la primera noche en la zona de copas del barrio antiguo. Ambas trabajan en una cadena de restaurantes de comida rápida y estudian.

La primera es de Telde y hace filología inglesa; la segunda vive en Vecindario y hace turismo. Acaban de llegar a pesar de que faltan pocos minutos para las 2.00 de la madrugada porque han tenido que trabajar también esta noche.

«Venimos porque dicen que está muy bien (el ambiente de Vegueta), aunque el aparcamiento está un poco chungo», se queja Sole. Mientras las chicas se pierden en dirección al Monopol, en el Cliquot, uno de los locales más concurridos de esta nueva Vegueta noctámbula, suena la camisa negra de Juanes.

El archiconocido tema pone a bailar a todo el bar; así, literalmente. Hay tanta gente que parece que aunque uno no quiera va a bailar igual, llevado por la marea. En una de las barras está Penélope González, de 35 años, hoy en funciones de encargada. Explica que el público del Cliquot es «gente muy selecta, de unos 30 años». Una clientela con cierto nivel adquisitivo dispuesto a gastar cinco euros por un combinado o tres por una cerveza y a bailar con David Bisbal, El Canto del Loco o Los Coquillos. Penélope cree que Vegueta está de moda «porque el Puerto está quemado». Cita la importancia de que haya oferta de lugares para cenar en el barrio y vaticina: «Cuando Mendizabal sea peatonal (hoy en obras) va a ser la locura».

La marcha de Vegueta en sentido estricto está en torno a las calles Mendizabal y La Pelota. Al otro lado del Guiniguada está el centro comercial Monopol, la plazoleta Cairasco y locales anteriores al boom del casco histórico como Floridita o Cuasquías.

En el número 18 de la calle de La Pelota abre sus puertas The Ball. Juancho Lorenzo, de 31 años, es su propietario. Lleva 18 años en el mundo de la noche. Antes trabajó en el Puerto. «No creo que lo de Vegueta sea una moda; es el casco histórico y debe funcionar como zona de copas». Juancho no elude el espinoso tema del derecho de los vecinos a descansar: «Apenas vive gente, en esta calle sólo sé de dos vecinos y nadie ha venido a quejarse. Los que se quejan viven más allá de Mendizabal. Creo que Vegueta es la zona porque es el barrio más bonito... siempre que se respeten las normas, claro».

Papas arrugadas, tecno, ron y vodka

En una noche de sábado pueden pasar hasta 1.500 personas por los diez locales de copas instalados en la planta baja del centro comercial Monopol. También en una noche potente El Herreño puede servir más de 600 cenas. El encargado del emblemático restaurante de la calle Mendizabal, Andrés Morales, admite el cálculo basado en que sólo en la planta alta ya caben 300 personas, y hoy (por el sábado) se ha vuelto a llenar.

Morales lleva 30 años en este negocio y calcula que el bar debió fundarse hace cosa de medio siglo. Acepta que los cambios en Vegueta le han ido bien a El Herreño, pero más que por la afluencia, por la calidad del público. «El cambio es bueno, viene buena gente, gente sana, educada; fíjese que el dueño de un bar de toda la vida de aquí atrás está asombrado porque le tratan de 'caballero'».

En las antípodas de este bar de toda la vida están los diez locales del Monopol. Israel Melián, de 29 años, dueño del MC2 y representante del grupo de propietarios explica que la gente que acude a estos locales «es muy diversa».

Tanto como la oferta: el Morgan y el Mientrastanto, para mayores de 25; el MC2 y el Babagee, para universitarios; el Lounge bar y el Pasion, para amantes del tecno; el Cuba 58 ofrece salsa y además están el Sister, el Torrente y el Stiloko que ponen desde pop español a música negra.

La mezcla de músicas hierve a borbotones como en una olla de agua hirviendo al fondo de las escaleras. El público es distinto al del otro lado del Guiniguada, más joven. Y se nota hasta en las copas: beben más ron y vodka que güisqui, que es una bebida que gusta más con más edad, explica el dueño del MC2.

Los bares del Monopol cierran a la hora que lo hace el centro comercial (3.30) y para mantener el orden cuentan con 14 personas de seguridad, reconocibles por el pinganillo en la oreja.

El bar de la casa de los muros que sudan

Las paredes de la casa donde abre sus puertas desde hace diez años el bar Esquina de los Sobrinos sudan. Así lo asegura su propietario, Emilio López, de 57 años, que explica que el inmueble tiene «cuatrocientos años y pico» y que la razón de que transpire es que los muros están hechos «de arena de la marea y cantos». La protección mediante el uso de las ancianas casas del barrio es una de las razones que esgrimen los defensores de la nueva Vegueta. López argumenta que el barrio sigue siendo «un mausoleo» con viviendas en peligro de extinción. La vieja casa de una planta y gruesos muros tiene la fachada pintada de un intenso color rojo, una moda que se repite en otros lugares de copas de por aquí: viejos muros pintados de color pistacho o granate junto a otros que llevan al aire su esqueleto de cantos y arena. El bar Esquina de los Sobrinos está en la calle Montesdeoca y a la 1.40 de la madrugada del domingo está a reventar de gente. Aquí no se da de comer, sólo algo de picar y se venden «unas cuantas copas» en una noche, informa sin precisar el hijo del dueño, Nau López. Nau echa de menos mayor vigilancia en la zona, para evitar que el invento degenere.

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