Una noche para vivir el momento
Marc Anthony desató pasiones en el anexo de Gran Canaria con el primero de sus conciertos isleños dentro de la gira internacional Cambio de piel. Repasó los principales hitos de su carrera, rodeado de 18 músicos estupendos, ante más de 18.000 fieles que no dejaron de bailar y cantar ni un segundo.
Marco Antonio fue un mítico militar y político romano, determinante en el devenir de una de las civilizaciones más importantes de la historia. Ganó buena parte de sus honores junto a Julio César en la Guerra de las Galias, pero seguro que jamás tuvo el poder de persuasión y dominio de las masas que ayer demostró en Siete Palmas otro Marco Antonio. Éste apellidado Muñiz Rivera y conocido artísticamente como Marc Anthony.
Con una mirada, con un rápido movimiento de cadera y hasta con un simple beso al aire dominó a una legión. Aquí no había ni férrea disciplina militar, ni miedo al látigo, ni pasión por unos ideales políticos. Solo ganas de diversión y para ello las 18.000 almas que se congregaron en la calurosa noche de ayer en el anexo del Estadio de Siete Palmas contaban con un general de lujo, que marcó el paso con los ritmos latinos más bailables.
Pasadas las 21.35 horas, hizo su aparición sobre el escenario Marc Anthony, más de media hora después de lo anunciado. Antes, Dj Darío entretuvo durante horas a la audiencia que entraba por riadas en el anexo con muchas ganas de fiesta.
Gafas de sol, camiseta blanca, chaqueta gris y vaqueros fue el look elegido por el neoyorquino de origen puertorriqueño para el primero de sus dos conciertos isleños (hoy, repite en Arona). Desde los primeros acordes de su icónico Valió la pena se vio que estaba a gusto. Con ganas de fiesta y suelto ante un público que lo recibió con los honores digno de un general contemporáneo de la música latina.
Compartió escenario con 18 estupendos músicos, incluidos tres coristas de voces muy afinadas, pero que apenas tuvieron peso durante la hora y media larga de concierto. No porque les faltaran ganas, sino porque para coristas ya estaban los espectadores, que no pararon de cantar y bailar en todo momento. Marc Anthony se percató y dosificó, quizás en exceso, su voz, lo que provocó que en algunos momentos el peso del concierto recayese entre los asistentes, mientras él los jaleaba y hacía aspavientos.
Mediado el segundo tema ya se quitó las gafas de sol y comenzó a desmadrarse con bailes, piruetas, besos y guiños constantes a las «mujeres», a las que no paró de adular y animar durante toda la noche. Sabe que ahí tiene un filón y lo exprime como si de un limón se tratara.
Una bandera canaria así como otra puertorriqueña y una tercera colombiana le lanzaron desde la zona Premium, así como un peluche. Todos los colocó, como si de un altar se tratara, en pleno centro del escenario para delirio de sus fieles.
El potente solo de violín en Hasta ayer copó uno de los momentos más brillantes del repertorio presentado anoche, en el que incluso se arrancó el propio cantante con unos toques en la batería. Tema desde el que aparcó los toques más salseros y bailables para atacar baladas de amor como Y cómo es él y Vivir lo nuestro, hasta llegar a Qué precio tiene el cielo, con el volvió a remotar la senda más divertida.
A medida que avanzaba el concierto las fuerzas no flaqueaban, sino que las ganas del respetable por seguir disfrutando se disparaban casi hasta el infinito. Claro quedó con otro de su hitos musicales, Que cante mi gente, que desbordó la pasión casi tanto como Tu amor me hace bien, la primera de las propinas que regaló como despedida. Se despidió con su superéxito Vivir mi vida, toda una declaración de intenciones desde la primera estrofa: «Voy a reír, voy a bailar/Vivir mi vida lalalalá/ Voy a reír, voy a gozar/Vivir mi vida lalalalá».