Tóxicos
Para compensar a unos hay que despreciar a otros. Ese es el esquema perverso de la triple paridad, la fórmula de reparto de escaños fabricada con la buena intención de equilibrar los desajustes territoriales. Una poción mágica para igualar las diferencias del Archipiélago más grande del Atlántico medio. La mecánica es de exclusiva aplicación electoral, según las previsiones del Estatuto que regula la autonomía canaria. Es decir, se trata de un mero artificio electoral, que hasta ahora bastaba para fomentar un reparto insular del voto y de los favores debidos.
Así fue hasta que el otro día, algún ingeniero de salón aconsejó al actual presidente Clavijo que aplicase la misma fórmula para repartir una tarta de casi 160 millones de euros anuales. Lo que era una mera aplicación política pasó a convertirse en herramienta financiera, como si a Rajoy se le ocurriese ahora distribuir el presupuesto del Estado siguiendo las tablas de la ley d’Hondt. Decisiones que revelan la degeneración sobrevenida del propio cuerpo social.
Con esa desviación, no sólo se impone una administración de recursos que esquiva cauces legales. También se está expresando el temor a que una revisión del mecanismo electoral rebaje los nutrientes del pesebre insularista en las noches de recuento. Una suerte de defensa preventiva ante las crecientes exigencias de cambio de sistema, que bien podría negociarse ahora en las mesas madrileñas.
La técnica del desprecio se aplica con especial destreza en el actual pacto de gobierno regional. El ejercicio del poder político en espacios cerrados, donde las intrigas palaciegas rigen la vida diaria, genera tóxicos incompatibles con la lealtad y la confianza. En apenas año y medio, se acumulan más vicios que avances. No se trata de que se vayan los que no estén a gusto; es que no se construye un país sembrando mala hierba. Como ya dijo el poeta, ningún pájaro vuela donde el aire no existe.
