Subasta
Lo cierto es que nadie da un duro por ellos. Los pactos en la política se han convertido en trampas, señuelos que distorsionan la gestión de los asuntos públicos para poner los presupuestos a disposición de los partidos y sus allegados. La elección de Mariano Rajoy como presidente en cuarta convocatoria y el rescate del acuerdo de gobierno en Canarias tienen algunas cosas en común, además de la coincidencia temporal que les vincula.
La fecha de caducidad es corta en ambos casos. Las promesas de diálogo, las buenas intenciones declaradas necesitan de pruebas urgentes que ofrezcan mínimos rasgos de credibilidad. No hay un solo precedente cercano, ni un indicio que aporte expectativas de cambio en los comportamientos. En Canarias, aunque gobiernan dos, son tres los partidos que se impulsan a base de urgencias internas. Lo tres sufren carencias de liderazgo; PP, PSOE y Coalición Canaria están pendientes de sus respectivos ajustes de cuentas, con sus interlocutores expuestos a frecuentes exabruptos de sus quiebras intestinales.
Sólo así se entiende, por ejemplo, que José Miguel Pérez se haya convertido para el PSOE, con un año de retraso, en garante del pacto con CC, cuando es de sobra conocida su renuncia a los placeres de la vida corporativa. La ansiedad de Asier Antona en el PP le sitúa mendicante en la puerta de atrás, como repuesto de cualquier ruptura, hinchado por la expectativa de alcanzar en Madrid una gestión de alianzas que le facilite llaves de gobierno. Da igual con unos que con otros. Mientras CC cotiza las inyecciones de vitaminas a las carreteras y hospitales tinerfeños, porque le falta gofio para el caldo.
La investidura de Rajoy por agotamiento abre un ciclo de gestión a base de trucos o caramelos. Las conocidas habilidades negociadoras del gallego parecen encaminadas a una subasta permanente de gestos, con los límites que imponga Bruselas. En Madrid como en Canarias, si no hay tratos, habrá sustos.