Reguetón y una cristal fría
Quitarle a un cubano la música, privarle de su cerveza nacional (Cristal o Bucanero) y prohibirle cualquier manifestación de alegría es una puñalada al corazón, una alteración de su modus vivendi, la peor afrenta de las posibles. Pero durante nueve días no le quedó a Cuba otro remedio que recogerse.
Por imperativo legal y bajo amenaza de castigos de todo tipo. Desde que se anunció el fallecimiento de Fidel Castro, en la noche del pasado 25 de noviembre, se abrieron nueve días de luto oficial y obligatorio, con disposiciones añadidas que afectaron, de lleno, a la rutina en la vida del pueblo. Al fortísimo dispositivo policial, con vigilancias permanentes en los puntos claves de las principales capitales y restricciones en el tráfico, se unió una severa ley seca, clausurando la venta de todo tipo de bebidas alcohólicas. Hoteles, bares, kioscos y restaurantes recibieron la orden de no dispensar estos líquidos. Tampoco se permitió que nadie se exhibiera en público degustándolos. No fueron pocos los que fueron amonestados por ir por una vía pública con una cerveza en la mano. «A un socio mío le pararon, le cogieron por la muñeca y le tumbaron la Cristal. Le dijeron que no estábamos en tiempo de eso. Todo de muy malas maneras por parte de la policía, que en vez de dedicarse a asuntos más importantes, se puso a atender estas boberías», dice Pupi, un taxista particular que, invitado a una celebración familiar, tuvo que extremar las precauciones para esquivar cualquier cerco. «Bebimos cerveza sí, pero las llevamos a escondidas, cuidándonos mucho de no llamar la atención. Parecíamos delincuentes. Y encerrados en un cuarto, nos dimos el gusto», añade. Y al turista que no pudo resistirse a un ron, le tocó bonificar al camarero de turno. «Aquí nada se resiste a un billetico», reconoce Pupi. Por si fuera poco, también se censuró la música. Taxistas, guagüeros y chóferes privados quedaron advertidos de que determinados géneros a un volumen excesivo entraban en la ilegalidad. Por extensión, cerraron discotecas y locales de ocio nocturno. Todas las programaciones lúdicas que estaban previstas quedaron suspendidas. Los vecinos tampoco se salvaron. En todos los repartos (barrios) hay labores de vigilancia por parte de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), una suerte de red de espionaje que no deja cuadra sin escrutar. En cualquier momento pueden presentarse las fuerzas del orden en una casa a instancias de un aviso del CDR de turno. Sin alcohol, sin música y con órdenes de sumarse a todos los homenajes póstumos a Fidel sin excusa alguna (se fletaron guaguas con escuelas, colectivos y grupos de trabajo en las que se pasaba lista), el cubano pudo festejar este domingo el fin de tantas limitaciones. El entierro de las cenizas de Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba puso el punto y final a limitaciones tan particulares. A las 12.00 hora local (cinco más en Canarias), la gente comenzó a recuperar su normalidad. Y, esta vez ya sin sentirse furtivo, el cubano de a pie pudo beberse una Cristal bien fría mientras el reguetón volvía a apoderarse de las calles. Porque a esa hora las cenizas de Fidel Castro fueron inhumadas en una ceremonia privada celebrada en el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba a la que solo asistieron familiares y algunos líderes políticos extranjeros especialmente cercanos al expresidente cubano.