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La octava isla

Jueves, 1 de enero 1970

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No he estado, aún, en Venezuela, y buenas ganas que tengo, por eso, porque la información que tiene uno está bastante tamizada, y más aún en los últimos tiempos en los que Chávez, con su incontestable proyección mediática, lo ha mediatizado todo sin admitir neutralidades, y como parece casi imposible escribir de allá sin caer en prejuicios y estereotipos, permítanme que construya este artículo de opinión sobre la cautela, pero desde el profundo interés que siempre me ha despertado ese país caribeño, que los canarios conocíamos como la octava isla, por cuanto fue tierra de acogida de cientos de miles de paisanos nuestros que hasta allí marcharon cuando las hambrunas y las carencias arreciaban en el pasado siglo.

Sí tuve la fortuna de compartir un par de horas, con otros compañeros de profesión, con el estos días fallecido presidente venezolano. Fue en febrero del año 2000 cuando realizó una visita de unas 24 horas a Tenerife y Gran Canaria en las que, como era su uso y costumbre no paró de hablar, hablar y hablar, sabedor de que era el protagonista de un terremoto político, con una fuerza electoral espectacular, que estaba dándole la vuelta al calcetín de una realidad que llevaba demasiados años sosteniéndose sobre dos partidos que habían sucumbido a la corrupción y habían dado pábulo a una sociedad desestructurada.

En aquel entonces le oí decir, con el histrionismo que le caracterizaba: «Vivimos sobre oro y petróleo y nos morimos de hambre. Hay que buscar un estilo diferente a los que hasta hoy han imperado. El comunismo no funcionó, el otro tampoco. El neoliberalismo es el camino al infierno. O inventamos o erramos. Vamos a inventar, pues». No dijo que no creyese en los partidos políticos pero sí afirmó que aun cuando puedan ser una representación de la sociedad no son la sociedad e insistió en que lo suyo era mantener activa la ciudadanía y no reducir la participación de ésta en la vida política a sólo convocatorias electorales.

Aquel año 2000, en Canarias se hablaba algo, sólo un poco, de la necesidad de activar nuevos estilos de hacer política, pero lo que primaba era que las islas eran tierra de promisión, muchos eran los inmigrantes que buscaban aquí Eldorado, se hacía oídos sordos a la corrupción que ya estaba instalada, se subsidiaba a cuantos más mejor por aquello de que el clientelismo siempre ha sido rentable y se aspiraba a que el Archipiélago entero fuese un gran centro comercial y poco más. En resumen, se vivía ricamente, aunque en la caverna, ignorando, como había ya sucedido en Venezuela, que los ciclos se acaban.

Aquel hombre, golpista, pero también golpeado, no olvidemos que la oposición promovió un levantamiento militar que acabó en fracaso en 2002, ganador de todas las convocatorias electorales en las que participó, presidente de un país al que tanto debemos y en el que tanto tenemos, fue seguramente el efecto de un hartazgo y no la solución, como ha dicho Ramón Lobo. Pero, aquí, como si oyésemos llover. Y de eso hace ya trece años.

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