La fortaleza de las avispas asesinas
Sábado, 12 de noviembre 2011, 12:41
En otoño de 2009, el apicultor teldense José Florido alertó de la aparición de la avispa asesina en sus colmenas de Tecén. Nadie le hizo caso. Dos años más tarde, este himenóptero se ha convertido en una grave amenaza para la colonia de abejas negras canarias, a la que está exterminando.
Dicen que Einstein, sin tener idea de la efectividad de los controles fitosanitarios que se ejercen en Canaria sobre la entrada de cualquier tipo de plaga, dijo un día que «si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre le quedarían cuatro años de vida, ya que sin ella no hay ni polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres».
En los últimos años, la población de la abeja negra canaria está disminuyendo de manera drástica y muchos son los factores, aparte del que señalan los científicos como Trastorno del Colapso de las Colonias. Uno de los factores que mas está incidiendo en esta disminución es la conocida como avispa asesina o lobo de las abejas (Philantus triangulum), cuyo hábitat natural se sitúa en China, norte de la India e Indonesia, pero que entró en Francia en un contenedor sin fumigar y de allí ha saltado al País Vasco y a Cataluña. En Canarias se detectó hace unos años y se sospecha que entró con los cargamentos de arena traídos del desierto sahariano o en contenedores o maquinaria procedente de cualquier país asiático.
Su actividad, en sus lugares de origen, suele durar unos dos meses, pero en nuestra Isla, sin lluvias y en un ambiente cálido, pueden prolongarla. Sus pupas, enterradas en arena, se encargan de perpetuar la especie.
En San Lorenzo, en la capital grancanaria, en una montaña de arena que se destinaba a una machacadora ubicada en la zona, han encontrado estos animales un hábitat inmejorable y se pueden contar por miles, pese a los esfuerzos de los apicultores de la zona por acabar con ellas. Incluso lo intentaron técnicos del Cabildo de Gran Canaria a base de plaguicidas, como una piretrina, que no causó efecto alguno; la colocación de cebos con un atrayente especial para plagas, que tampoco y, finalmente, con un tratamiento de solarización, la cobertura de la montaña con plásticos, que duró lo que tardó el viento en soplar, con lo cual la plaga ha seguido creciendo hasta hoy, ante el desaliento y la impotencia de los apicultores.