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Esa especie de hombres al margen

Sábado, 19 de junio 2010, 01:41

Para los que somos devotos de la poesía del portugués Fernando Pessoa y, sobre todo, de su capacidad para transformarse en diferentes personajes, la prosa de José Saramago es algo así como las antípodas. Quizás por eso no soy lector de su obra, cosa que no es óbice para que uno se quite el sombrero ante la coherencia humana e ideológica del Nobel fallecido ayer en Lanzarote, así como, sobre todo, ante su empecinamiento en generar algo tan saludable como el desasosiego. En estos tiempos que corren -es más, sobre todo en estos tiempos que corren-, resulta de lo más sano seguir contando con voces críticas que se elevan en el desierto para pregonar la supervivencia de las ideas, del credo político y de la irrenunciable capacidad de indignarse ante lo que está mal, en especial cuando lo erróneo es evitable. Así, José Saramago estaba hecho de esa pasta especial que fabrica seres humanos de una sola pieza, que no caducan con el paso del tiempo, que no se doblegan ante los vientos cambiantes y que van por la vida haciendo de la reflexión crítica una forma de sobrellevar una existencia cuyas características muchas veces no comparten. Otra cosa es que a veces ese talante crítico se orientase sólo hacia un lado de la balanza y disculpase ciertos excesos del otro extremo, pero no faltaron en momentos decisivos gestos que confirmaban que Saramago era consciente de esos riesgos y quería contribuir al equilibrio. Su condición de residente en Lanzarote es motivo de orgullo. Hay quien dice que uno no es de donde nace, sino de donde se hace; otros sostienen que allí donde cada cual cuelga su sombrero, reside su patria... a fin de cuentas, se trata de sentimientos, y eso entra de lleno en el terreno de lo subjetivo. Sea como fuere, para la isla conejera y para toda Canarias ha sido un lujo contar con Saramago como uno de sus vecinos, como también lo es que parte de su legado quede en esa casa de Tías llamada a convertirse probablemente en un museo que honre su trayectoria literaria y, sobre todo, eternice esos valores del compromiso y la sana crítica que integran su mapa genético. Hoy es, por tanto, un día triste. Lo es para los devotos de los libros de Saramago y lo es para los que, por aquello de trazar paralelismos literarios, quizás encontramos entre el Nobel fallecido y el poeta Pessoa un nexo. A fin de cuentas, la descripción que éste hace en Libro del desasosiego encaja como anillo al dedo de Saramago: «Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado». Descanse en paz.

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